los amotinados; y que el pobre Redruth aun estaba allí insepulto, rígido y frío, á lo largo del muro, y cubierto con la bandera nacional.
Si se nos hubiera permitido sentarnos á descansar, es claro que todos lo habríamos hecho á pierna tirante; pero el Capitán Smollet no era hombre para eso. Todos fuimos llamados á su presencia y divididos en diversas facciones: el Doctor, Gray y yo para una; el Caballero, Hunter y Joyce para otra. Cansados como estábamos se ordenó á dos de nosotros que fueran por leña, otros dos á arreglar como mejor se pudiera una fosa para sepultar á Redruth; el Doctor fué nombrado cocinero; á mí se me puso de centinela á la puerta de la cabaña y el Capitán se empleó en andar de uno á otro levantando nuestros ánimos y prestando su ayuda material en donde quiera que se la necesitaba.
De vez en cuando el Doctor salía un momento á la puerta separándose de su cocina para tomar un poco de aire fresco y dejar descansar algo sus ojos que ya parecían querer salírsele de las órbitas á causa del humo, y cada vez que venía á mi sitio de guardia me dirigía algunas palabras. En una de sus salidas me dijo:
—Ese hombre Smollet vale mucho más que yo. Y mira, Jim, que el decir yo eso significa mucho.
En otra ocasión vino y se estuvo callado por un corto rato. Luego volvió la cabeza y me preguntó:
—Dime, Jim, ¿ese Ben Gunn es de veras un hombre?
—No podré decirlo á Vd., señor, le contesté. Por lo menos dudo mucho que esté en su juicio.
—Bueno, si es posible la duda, entonces es seguro que sí está, replicó el Doctor. Ya tú comprendes, Jim, que