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LA GUARNICIÓN DE LA ESTACADA

esas: “el precioso don de su confianza” y las otras de “sus buenas razones muy particulares.” Mira que esto es de lo muy esencial... “razones muy particulares,” ¿eh? ¡como de hombre á hombre!

Y sin soltarme el brazo todavía, añadió:

—Creo que ya puedes marcharte, Jim... Pero óyeme... si por desgracia te fueres á tropezar ahora con Silver, ¿no es verdad que ni con caballos brutos te arrancará la confesión de lo que te he dicho?... ¿Verdad que no?... ¡Ah! ¡bueno!... Pero, y si los piratas acampan esta noche en tierra, Jim ¿no podremos esperar que para mañana estén ya un poco menos salvajes?...

Al llegar aquí fué interrumpido por una fuerte detonación, y una bala del pedrero de á bordo vino rebotando entre los árboles y se enterró en la arena á menos de cien yardas de donde estábamos hablando. Sin esperar á más, fué aquella como la señal de nuestra despedida y cada uno de nosotros echó á correr, en dirección opuesta.

Por el espacio de cerca de una hora, frecuentes disparos continuaron haciendo estremecer la isla, y las balas siguieron rompiendo y astillando los árboles del bosque. Yo me iba acercando de escondite en escondite, para evitar aquella especie de persecución de terríficos proyectiles; pero como hacia el fin del bombardeo, aunque todavía no osaba aventurarme á entrar abiertamente en la estacada, en cuyo recinto veía yo que caían las balas con más frecuencia, ya había comenzado á cobrar más ánimo, y después de un considerable rodeo hacia el Este, logré deslizarme entre los árboles de la playa y me tendí allí en observación.

El sol acababa de ponerse; la brisa del mar crujía y