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LA ISLA DEL TESORO

En aquel mismo instante oyóse el trueno y el silbido de una bala de cañón que pasó rozando el techo de nuestro reducto y fué á enterrarse entre los árboles del bosque.

—¡Ajá!, dijo el Capitán. ¡Salvas tenemos! Bastante poca pólvora tienen esos chicos para que la desperdicien así tan locamente.

Otro segundo disparo arrojó su bala con mejor puntería, pues el proyectil penetró adentro de la estacada, levantando una nube de arena, pero sin causarnos el menor daño.

—Capitán, dijo el Caballero; me consta que nuestro reducto, de por sí, es enteramente invisible desde el buque. Creo, por tanto, que es la bandera la que les está sirviendo para hacer blanco... ¿no cree Vd. que sería más prudente traerla acá adentro?

—¿Arriar mi pabellón? ¡Jamás!, exclamó el Capitán.

Nosotros fuimos todos inmediatamente de su misma opinión, porque aquello no sólo tenía un aspecto marcial, marino é imponente, sino que entrañaba una buena política, cual era la de mostrar á nuestros enemigos que no se nos daba un ardite de su cañoneo.

Toda la tarde continuaron su fuego. Bala tras de bala venía; las unas pasaban por encima del techo, otras caían á un lado, otras entraban al recinto de la empalizada, desparpajando la arena del piso. Pero como tenían que hacer su puntería sobre una mira muy alta sus tiros no lograron más que encontrar sepultura en la leve arena de la loma. No teníamos rebotes que temer y aunque una bala penetró á la cabaña por el techo y luego salió de