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COMO TERMINÓ LA PELEA

no dejaba, sin embargo, de mirar con disimulo del lado del pobre de Tom Redruth que estaba agonizando, y así es que, no bien hubo éste espirado, cuando se acercó con otra bandera y la desplegó reverentemente sobre el cadáver. En seguida, sacudiendo virilmente la mano del Caballero, le dijo:

—No hay que afligirse, señor. Todo temor es vano tratándose del alma de un leal, que ha sucumbido cumpliendo con su deber para con su Capitán y con su señor. Sería una ofensa á la Divinidad el creer otra cosa.

Dicho esto me llevó á un lado y me dijo:

—¿Dentro de cuántas semanas esperan Vd. y el Caballero que vendrá el buque que ha de enviar Blandy?

—No es cuestión de semanas, sino de meses, le contesté. En caso de que no estemos de vuelta para el fin de Agosto, Blandy mandará buscarnos, pero ni antes ni después de ese tiempo. Vd. puede calcular por sí mismo.

—Yo lo creo que sí, contestó rascándose la cabeza de un modo muy significativo. Así es que, no sin dar á la Providencia una buena ración de gracias por todos sus beneficios, debo decir que no por eso hemos estado menos desafortunados.

—¿Qué quiere Vd. decir con eso?, le pregunté.

—Quiero decir, me respondió, que es una lástima que hayamos perdido aquel segundo cargamento del botecillo. Por lo que hace á pólvora y balas, tenemos bastantes; pero, en cuanto á provisiones de boca, estamos escasos, muy escasos; tan escasos, Doctor, que quizás nos viene muy bien el tener aquella boca de menos.

Y al decir esto señalaba el cadáver que yacía cubierto con la bandera inglesa por sudario.