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LA ISLA DEL TESORO

—Siento mucho, replicó el agonizante, no haber dado antes á esos pillos una lección con mi mosquete.

—Tom, exclamó á la sazón el Caballero todo conmovido; Tom, dime que me perdonas, ¿no es verdad que si?

—Señor, fué su respuesta, ¿no crée Vd. que eso parecería una falta de respeto de mí á Vd.? Pero hágase como Vd. lo pide... sí señor, con toda mi alma.

Siguióse un silencio no muy largo al cabo del cual murmuró que desearía que alguien dijese cerca de su cabecera alguna oración, añadiendo en tono sencillo y como disculpándose de su atrevimiento.

—Créo que esa es la costumbre... ¿no es verdad?

Vino luego una agonía muy corta; y sin pronunciar ninguna otra palabra, el alma de Redruth partió de este mundo.

Entre tanto el Capitán, cuyas faltriqueras y pecho había yo visto en extremo abultados durante la travesía, fué sacando de ellos todo un almacén de objetos: una bandera inglesa, una Biblia, una adujada ó lío de cuerda bastante fuerte, plumas, tinta, el registro diario de á bordo y algunas libras de tabaco. Habíase encontrado en nuestro recinto de la estacada un largo y ya aderezado tronco de abeto que, con la ayuda de Hunter, levantó y puso en el ángulo de la cabaña en que los troncos se cruzaban. Acto continuo, subiendo ágilmente sobre el techo del reducto, colocó con su propia mano é izó en alto la bandera de nuestra patria.

Esta operación pareció como aliviarle de un gran peso. Volvió á entrar en seguida á la cabaña y como si nada hubiera de particular se puso tranquilamente á hacer el recuento de nuestras provisiones de guerra y boca. Pero