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LA ISLA DEL TESORO

que, si Hunter y Joyce se veían atacados por una media docena de hombres, no tuviesen el valor y el buen sentido de mantenerse firmes á la defensiva. Hunter era un hombre de firmeza y corazón: esto lo sabíamos bien; pero en cuanto á Joyce el caso era bien diferente, y bastante dudoso. Joyce era un lacayo muy agradable, de muy finas maneras, y excelente para limpiar un par de botas ó cepillar un vestido, pero la verdad es que no le conocíamos tamaños de hombre de armas tomar.

Todo esto, como llevo dicho, nos aguijoneó para llegar á tierra enjuta tan pronto como era posible, dejando abandonado á su suerte al pobre serení que, para desgracia nuestra, había guardado en su fondo algo como la mitad de nuestra pólvora y provisiones de boca.