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LA ISLA DEL TESORO

chuela para ser dueños de aquellas terribles municiones de guerra.

Aquel olvido no podía tener más disculpa que la prisa con que nos vimos precisados á evacuar la embarcación, pero desgraciadamente era irremediable.

—Israel Hands era el artillero de Flint, dijo Gray con voz ronca.

No me quedaba, pues, otro recurso que, á cualquier riesgo, poner decididamente proa á tierra. Á esta sazón, por fortuna nuestra, la corriente quedaba ya tan lejos de nosotros que nos fué fácil seguir rumbo á la playa por un camino tan recto como nuestra quilla, á pesar del impulso necesariamente poco vigoroso que los remos imprimían á nuestro bote. Ya no me fué difícil, pues, gobernar derechamente hacia la meta. Pero lo muy malo era que en la dirección que íbamos no presentábamos á La Española nuestra popa, sino un costado, ofreciendo á su tiro un blanco de tal tamaño que parecía imposible que se le errara puntería.

Érame fácil ver y oir á aquel bribón de Hands con su cara de borracho consuetudinario, arreglando sobre cubierta un cartucho para el cañón.

—¿Quién es aquí el mejor tirador?, preguntó el Capitán.

—El Sr. de Trelawney, aquí y donde quiera, le contesté.

—Pues bien, Sr. de Trelawney, ¿quiere Vd. hacerme el favor de quitarme de en medio á uno de aquellos pícaros? Á Hands, de preferencia, si es posible, dijo el Capitán.

Trelawney estaba frío como el acero; sin decir palabra preparó su arma.