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ÚLTIMO VIAJE DEL SERENÍ

decir á donde íbamos á tocar tierra; esto sin contar con la inmediata probabilidad de ser abordados por los botes de Silver, en tanto que, por el camino en que nos hemos puesto, la corriente puede amortiguarse pronto y entonces ya podremos virar rectamente hacia la playa.

—La corriente ha amainado ya mucho, señor, díjome Gray que iba sentado hacia proa. Ya puede Vd. hacer que viremos de bordo un poco.

—Gracias, muchacho, le contesté como si nada hubiera sucedido, puesto que todos habíamos hecho tácitamente la resolución de tratarlo desde luego como á uno de los nuestros.

De repente el Capitán habló de nuevo y noté que había una perceptible alteración en su voz.

—¿Y el cañón?, dijo.

—Ya pensaba en eso, le respondí seguro como estaba de que él se refería á la posibilidad de que se bombardeara nuestro reducto. No crea Vd. que les sea posible bajar el cañón á tierra, y aun en el supuesto de que lo consiguieran, jamás podrían hacerlo subir por entre el monte.

—Pues mire Vd. á popa, Doctor, replicó el Capitán.

Volví la cabeza... Lo cierto es que habíamos echado completamente en olvido nuestra pieza de artillería en la goleta y de allí nuestro horror cuando oímos que los cinco bandidos estaban muy atareados, despojándola de lo que ellos llamaban la chaqueta, ó sea el abrigo de grueso cáñamo embreado con que la manteníamos envuelta durante la navegación. No era esto todo, sino que al punto me acordé que las balas y la pólvora de la misma pieza habíanse quedado á bordo en un cajón, por lo cual no necesitaban nuestros enemigos sino dar un golpe con una ha-