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LA ISLA DEL TESORO

Mientras esto pasaba, nuestro ligero serení estaba ya tan cargado como era racional ponerlo. Joyce y yo saltamos por la porta de la popa y tornamos á remar hacia la playa, tan de prisa como nuestras fuerzas nos lo permitían.

Este segundo viaje despertó ya de una manera indudable la alarma de los vigilantes de los esquifes. “Lilibullero” fué dado de mano otra vez, y precisamente antes de perderlos de vista tras del pequeño cabo de la playa, uno de ellos había ya saltado á tierra y desaparecido rápidamente. Estuve entonces á punto de cambiar de táctica é irme derecho á sus botes y destruírselos, pero temí que Silver estuviese por allí demasiado cerca con los restantes y era en tal caso muy posible que todo se perdiera por querer hacer demasiado.

Muy pronto llegamos de nuevo á tierra al mismo lugar que en el viaje precedente. Los tres hicimos el primer trasporte del bote hasta la cabaña, muy bien cargados, y depositamos allí nuestras armas y provisiones. Dejamos entonces á Joyce en la palizada, de guardia para custodiar nuestro depósito, y aunque es verdad que se quedaba solo enteramente, tenía á su disposición media docena de mosquetes muy bien preparados. Hunter y yo volvimos otra vez al botecillo, tornamos á cargar lo más que pudimos y regresamos á la estacada. Así continuamos, casi sin tomar aliento, hasta que toda la carga puesta en el bote había sido trasladada á la cabaña en la cual los dos criados tomaron definitivamente sus posiciones, mientras yo, con todas mis fuerzas, remaba otra vez en el ya ligero serení hasta llegar de nuevo á La Española.

El arriesgar una segunda cargada era, en realidad, menos atrevido y peligroso de lo que parecía. Es cierto