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LA ISLA DEL TESORO

po que he estado olvidado en esta isla desierta y, lo que es ahora, ya me siento bueno otra vez. Ya nadie me volverá á coger nunca probando el rom... á no ser un dedalito... nada más que un dedal por accidente, cuando se me presente una ocasión. Inevitablemente ya, tengo que ser bueno y sé cuál es el camino para lograrlo, porque, óyeme bien, Jim...—y al decir esto vió en torno suyo y bajó la voz hasta convertirla en un murmullo—... ¡soy muy rico!

Al escuchar esto, no me cupo duda sobre que aquel desgraciado se había vuelto loco en su soledad, y supongo que debo haber dejado conocer mi pensamiento en mi semblante, porque él se apresuró á repetir calurosamente:

—¡Rico, rico, sí señor! Yo te diré cómo y haré de tí todo un hombre, Jim. ¡Ah, muchacho, dale á Dios una y mil veces gracias de que hayas sido tú la primera criatura humana que se ha encontrado conmigo!

Pero no bien había pronunciado estas palabras su semblante se oscureció repentinamente, como si se viese asaltado por una idea ingrata; estrechó mi mano con mayor fuerza entre las suyas y levantó el dedo índice ante mis ojos con un ademán amenazador diciendo:

—Pero ante todo Jim, dime la verdad... ¿no es ese de allí el buque del Capitán Flint?

Oyendo esto me vino una inspiración rápida y feliz. Comencé á creer que lo que yo había encontrado, era un aliado, y en tal concepto me apresuré á contestarle:

—No, por cierto. Flint ha muerto. Pero si le he de decir á Vd. la verdad, como Vd. me lo pide, á bordo de esa goleta vienen varios de los hombres del tal Flint, por desgracia de todos los demás de la partida.