que tomar, pues, á la calva ocasión cuando nos presente sus cabellos, es decir, propongo que seamos nosotros los que rompamos el fuego, el día más á propósito y cuando ellos menos lo esperen. Me parece, Sr. de Trelawney que podremos fiar en los criados de su casa, ¿no es verdad?
—Tanto como en mí mismo, declaró el Caballero.
—Tres, dijo el Capitán, y con nosotros cuatro, somos ya siete, incluyendo á Hawkins. ¿Y cuántos serán los hombres leales?
—Muy probablemente, replicó el Doctor, han de ser los contratados personalmente por Trelawney antes de que se hubiera echado en brazos de Silver.
—No por cierto, replicó el Caballero. Hands es uno de esos hombres.
—Yo hubiera creído que podríamos tener fe ciega en este último, dijo el Capitán.
—¡Y pensar que todos ellos son ingleses!, prorrumpió el Caballero, ¡Señores, crean Vds. qué ganas me vienen de hacer volar este buque!
-Pues bien, señores, agregó el Capitán, lo mejor que yo puedo decir ahora es bien poco. Debemos tenernos por advertidos y mantener la más expecta vigilancia. Esto es desagradable para un hombre, yo lo sé. Preferiría, por lo mismo, que desde luego se rompieran las hostilidades, pero no tendremos ayuda suficiente para que no sepamos cuales son nuestros hombres. Estémonos quietos y esperemos la oportunidad; ese es mi parecer.
—Este Jim, dijo el Doctor, puede sernos más útil que todo lo demás que hagamos. El enemigo no tiene ninguna mala voluntad respecto de él y yo sé que él es un chico muy observador.