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LA ISLA DEL TESORO

dial, bebieran á mi salud, felicitándome por mi valor y por mi buena suerte.

—Ahora, Capitán, dijo el Caballero, es ya tiempo de proclamar que Vd. estaba en lo justo y yo estaba equivocado. Me declaro sencillamente un borrico y espero las órdenes de Vd.

—Nadie más borrico que yo, replicó el Capitán. Yo no he visto jamás tripulación alguna tramando una rebelión que no deje escapar perceptiblemente algunos signos de su descontento, de manera que todo hombre que no es ciego puede ver el peligro y tomar las medidas necesarias para evitarlo. Pero confieso que esta tripulación derrota toda mi experiencia.

—Capitán, dijo el Doctor, con su permiso diré que esta es obra de Silver y que este es un hombre muy notable.

—Me parece que muy notable aparecería colocado en un peñol de las vergas, replicó el Capitán. Pero esto no es más que charla que no conduce á nada. He fijado mi atención en tres ó cuatro puntos y con permiso del Sr. de Trelawney voy á exponerlos.

—Caballero, dijo el Sr. Trelawney en un tono solemne, Vd. es el Capitán y á Vd. es á quien toca hablar.

—Primer punto, comenzó el Capitán Smollet: tenemos que seguir adelante porque es ya imposible retroceder. Si esto último se intentara la rebelión estallaría inmediatamente. Segundo punto: tenemos á nuestra disposición tiempo hasta que se encuentre ese tesoro. Tercer punto: todavía nos quedan hombres leales á bordo. Ahora bien, señores, es una cosa que no tiene remedio el que tarde ó temprano debamos entrar en hostilidades. Hay