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LO QUE OÍ DESDE EL BARRIL

—Tienes razón, Dick, dijo Silver. En el barril del rom tengo puesta una sonda, con su llave respectiva. Llénate una vasija y súbela en seguida.

Terrificado como estaba, no pude impedirme el pensar que así quedaba explicado el misterio de la fuente en que el piloto Arrow bebía las aguas que acabaron por matarle.

Dick se fué por un rato no muy largo, pero durante su ausencia Israel habló al oído del cocinero en voz muy baja pero animada. Yo pude apenas recoger dos ó tres frases, pero en ellas supe, sin embargo, algo interesante, pues además de otras palabras que tendían á confirmarlo, esto llegó muy distintamente á mis oídos:

—Ninguno otro de ellos quiere ya entrar en el negocio.

Claro era, por lo tanto, que todavía nos quedaban hombres leales á bordo.

Cuando Dick volvió, cada uno de los del terno aquel tomó sucesivamente la vasija del rom y le hizo los honores concienzudamente, bebiendo, el uno “¡al buen éxito!” otro “¡por el viejo Flint!” y cerrando Silver la ronda con estas palabras:

¡A nuestra salud! y orza al estribor
¡Presas y fortuna! ¡dinero y amor!

En aquel punto cierta claridad cayó sobre mí, adentro del barril; alcé la vista y me encontré con que la luna acababa de aparecer en el cielo, plateaba la gavia de mesana y comunicaba un tinte blanquecino á la palma del trinquete. Casi en el mismo instante la voz del vigía se alzó gritando:

—¡Tierra! ¡tierra!


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