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LO QUE OÍ DESDE EL BARRIL

miración más completa; ¡ah! ¡Flint sí que era la flor de toda esa banda!

—Davis también era todo un hombre cabal, no lo dudes, dijo Silver; yo nunca navegué con él, sin embargo. Mi historia es esta: primero con England, luego con Flint y ahora por mi cuenta... ¡vamos al decir! Yo pude ahorrar novecientas libras durante mi servicio con England y dos mil con Flint. Ya ves tú que eso no es poco para un simple marinero. Y todo eso bien guardadito en el banco, muy guardado, no te quepa duda, ¿Y qué se ha hecho hoy de los hombres de England? ¡No sé! ¿Y de los de Flint? En cuanto á esos, la mayor parte están aquí, á bordo, con nosotros. Al viejo Pew que había perdido la vista le tocaron mil doscientas libras que—vergüenza da decirlo—gastó completamente en un año, como puede hacerlo un Lord del Parlamento. ¿En dónde está ahora? Muerto, bien muerto y bajo escotillas. Pero, dos años antes de morir... ¿qué hizo? ¡mil tempestades! ladrar de hambre como un perro; pedir limosna, mendigar, robar, degollar gentes y con todo eso morirse de hambre y de miseria... ¡voto al demonio!

—Voy creyendo que no sirve, pues, de mucho la carrera, observó el joven catecúmeno de Silver.

—No le sirve de mucho á los manirrotos y locos; por supuesto que no, replicó Silver. Pero en cuanto á tí, mira; tú eres un chicuelo todavía, pero vivo como un zancudo. Yo te lo conocí en cuanto te puse el ojo encima, y ya ves que te hablo como á un hombre hecho.

Se comprenderá sin esfuerzo lo que sentí al oir á este viejo y abominable bribón dirigiendo á otro las mismísi-