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LA ISLA DEL TESORO

Y John entonces se tocaba su melena de aquel modo solemne y peculiar que él tenía y que me confirmaba á mí en la creencia de que aquel era el mejor de los hombres.

En el entretanto, el Caballero y el Capitán continuaban todavía sus relaciones en términos muy poco amistosos. El Caballero no hacía gran misterio de sus sentimientos, sino que menospreciaba claramente al Capitán. Este, por su parte, jamás hablaba sino cuando le dirigían la palabra, y aun en esos casos, corto y seco y brusco, y ni una palabra inútil. Reconocía, cuando se le llevaba á un rincón, que había estado injusto y equivocado acerca de su tripulación; que algunos de sus hombres eran tan vigorosos y aptos como él pudiera desearlos y que todos se habían conducido hasta allí perfectamente bien.

Por lo que respecta á la goleta, estaba el hombre enamorado de ella, y solía decir:

Siempre está lista para enfilar el viento, con más docilidad y ligereza que si fuera una buena esposa complaciendo á su marido. No obstante—añadía—todavía no estamos de vuelta en casa, y repito que no me gusta esta expedición.

—Á estas últimas palabras, el Caballero volvía la espalda y se ponía á recorrer la cubierta, dando aquel hombre al diablo como de costumbre.

—Una chanzoneta más de ese hombre, y un día de estos estallo, solía decir.

Tuvimos un poco de mal tiempo, lo cual sirvió para probarnos las buenas cualidades de La Española. Todos y cada uno de los hombres de á bordo parecían contentos,