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EL VIAJE

—¡Hombre al agua!, dijo el Capitán. En hora buena, señores, esto nos ahorra la molestia de tener que mandarle poner grillos.

La cosa es que, desaparecido él, nos encontrábamos enteramente sin piloto y era preciso, en consecuencia, ascender á uno de los tripulantes. Job Anderson, el contramaestre, era el más apto de los de á bordo, así fué que, aunque conservando su título primitivo, pasó á desempeñar el cargo de piloto. El Sr. Trelawney que había estudiado la marina y viajado mucho, como se recordará, tenía conocimientos que le hacían muy útil en aquellas circunstancias, y realmente los puso en práctica ejerciendo la vigilancia propia del piloto en los días en que el tiempo era propicio. En cuanto al timonel Israel Hands, era un viejo y experimentado marino, cuidadoso y astuto, de quien podía uno fiarse en todo y para todo.

Era este el gran confidente de Silver, cuyo nombre me lleva á hablar de nuestro cocinero Barbacoa, como la tripulación lo llamaba.

Á bordo de la embarcación cargaba este su muleta suspendiéndola al cuello por medio de un acollador, á fin de tener ambas manos libres y expeditas lo más que podía. Era digno de llamar la atención el verle acuñar el pie de su muleta contra la abertura de alguna tablazón y apoyándose en ella, despachar bonitamente su cocina, como podría hacerlo algún hombre sano y completo en tierra. Pero todavía era más extraño verle en los días de tiempo más malo atravesar la cubierta. Veíasele trasladarse de un lugar á otro, ya usando su muleta, ya arrastrándola tras sí por medio del acollador, tan rápida y expeditamente como pudiera hacerlo un hombre que


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