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PÓLVORA Y ARMAS

—Y no iba Vd. muy descaminado, exclamó el Caballero. Á no ser por la oportuna mediación de Livesey yo le hubiera enviado á Vd. al diantre. Pero por ahora ya le he escuchado y se hará todo lo que Vd. quiere; mas eso no me impide el creer que está Vd. equivocado en este asunto.

—En cuanto á eso crea Vd. lo que guste, dijo el Capitán. Vd. verá en todo caso, que cumplo con mi deber.

Dicho esto saludó y salió sin decir más.

—Trelawney, dijo el Doctor, contra todo lo que yo me figuraba, veo que Vd. se ha dado trazas de traer á bordo dos hombres honrados: el Capitán Smollet y John Silver.

—Silver, si Vd. lo quiere, gritó el Caballero. En cuanto á este intolerable trampantojo, declaro que su conducta no me parece digna ni de hombre, ni de marino, ni mucho menos de inglés.

—Está bien, dijo el Doctor, ya lo veremos.

Cuando subimos sobre cubierta ya los hombres habían comenzado á cambiar de lugar las armas y la pólvora, canturriando mientras trabajaban, en tanto que el Capitán y el Piloto inspeccionaban el traslado.

El nuevo orden de cosas era de todo mi gusto. Todo el arreglo primitivo del buque había sido cambiado. Se habían hecho seis lechos-literas en el castillo de popa, tras de lo que constituía la parte posterior del salón principal, siendo accesible esta sección de camarotes, para la galera y castillo de proa, únicamente por un estrecho pasadizo á babor. Se había dispuesto, al principio, que el Capitán, el Piloto, Hunter, Joyce, el Doctor y el Caballero ocupasen esos seis camarotes. Ahora se convino en que Red-