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LA ILÍADA

pies veloces como el viento, asiéndola por la mano, la sacó del tumulto cuando ya el dolor la abrumaba y el hermoso cutis se ennegrecía; y como aquélla encontrara al furibundo Marte sentado á la izquierda de la batalla, con la lanza y los veloces caballos envueltos en una nube, se hincó de rodillas y pidióle con instancia los corceles de áureas bridas:

359 «¡Querido hermano! Compadécete de mí y dame los bridones para que pueda volver al Olimpo, á la mansión de los inmortales. Me duele mucho la herida que me infirió un hombre, el Tidida, quien sería capaz de pelear con el padre Júpiter.»

363 Dijo, y Marte le cedió los corceles de áureas bridas. Venus subió al carro, con el corazón afligido; Iris se puso á su lado, y tomando las riendas avispó con el látigo á aquéllos, que gozosos alzaron el vuelo. Pronto llegaron á la morada de los dioses, al alto Olimpo; y la diligente Iris, de pies ligeros como el viento, detuvo los caballos, los desunció del carro y les echó un pasto divino. La diosa Venus se refugió en el regazo de su madre Dione; la cual, recibiéndola en los brazos y halagándola con la mano, le dijo:

373 «¿Cuál de los celestes dioses, hija querida, de tal modo te maltrató, como si á su presencia hubieses cometido alguna falta?»

375 Respondióle al punto la risueña Venus: «Hirióme el hijo de Tideo, Diomedes soberbio, porque sacaba de la liza á mi hijo Eneas, carísimo para mí más que otro alguno. La enconada lucha ya no es sólo de teucros y aqueos, pues los dánaos se atreven á combatir con los inmortales.»

381 Contestó Dione, divina entre las diosas: «Sufre el dolor, hija mía, y sopórtalo aunque estés afligida; que muchos de los moradores del Olimpo hemos tenido que tolerar ofensas de los hombres, á quienes excitamos para causarnos, unos dioses á otros, horribles males.—Las toleró Marte, cuando Oto y el fornido Efialtes, hijos de Aloeo, le tuvieron trece meses atado con fuertes cadenas en una cárcel de bronce: allí pereciera el dios insaciable de combate, si su madrastra, la bellísima Eribea, no lo hubiese participado á Mercurio, quien sacó furtivamente de la cárcel á Marte casi exánime, pues las crueles ataduras le agobiaban.—Las toleró Juno, cuando el vigoroso hijo de Anfitrión hirióla en el pecho diestro con trifurcada flecha; vehementísimo dolor atormentó entonces á la diosa.—Y las toleró también el ingente Plutón, cuando el mismo hijo de Júpiter, que lleva la égida, disparándole en la puerta del infierno veloz saeta, á él que estaba entre los muertos, le entregó al dolor: con el corazón