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CANTO QUINTO

sin menoscabo. Desdeño subir al carro, y tal como estoy iré á encontrarlos, pues Palas Minerva no me deja temblar. Sus ágiles corceles no los llevarán lejos de aquí, si es que alguno de aquéllos puede escapar. Otra cosa voy á decir que tendrás muy presente: Si la sabia Minerva me concede la gloria de matar á entrambos, sujeta estos veloces caballos, amarrando las bridas al barandal, y apodérate de los corceles de Eneas para sacarlos de los teucros y traerlos á los aqueos de hermosas grebas; pues pertenecen á la raza de aquéllos que el longividente Júpiter dió á Tros en pago de su hijo Ganimedes, y son, por tanto, los mejores de cuantos viven debajo del sol y de la aurora. Anquises, rey de hombres, logró adquirir, á hurto, caballos de esta raza ayuntando yeguas con aquéllos sin que Laomedonte lo advirtiera; naciéronle seis en el palacio, crió cuatro en su pesebre y dió esos dos á Eneas, que pone en fuga á sus enemigos. Si los cogiéramos, alcanzaríamos gloria no pequeña.»

274 Así éstos conversaban. Pronto Eneas y Pándaro, picando á los ágiles corceles, se les acercaron. Y el preclaro hijo de Licaón exclamó el primero:

277 «¡Corazón fuerte, hombre belicoso, hijo del ilustre Tideo! Ya que la veloz y dañosa flecha no te hizo sucumbir, voy á probar si te hiero con la lanza.»

280 Dijo; y blandiendo la ingente arma, dió un bote en el escudo del Tidida: la broncínea punta atravesó la rodela y llegó muy cerca de la loriga. El preclaro hijo de Licaón gritó en seguida:

284 «Atravesado tienes el ijar y no creo que resistas largo tiempo. Inmensa es la gloria que acabas de darme.»

286 Sin turbarse, le replicó el fuerte Diomedes: «Erraste el golpe, no has acertado; y creo que no dejaréis de combatir, hasta que uno de vosotros caiga y sacie de sangre á Marte, el infatigable luchador.»

290 Dijo, y le arrojó la lanza que, dirigida por Minerva á la nariz junto al ojo, atravesó los blancos dientes: el duro bronce cortó la punta de la lengua y apareció por debajo de la barba. Pándaro cayó del carro, sus lucientes y labradas armas resonaron, espantáronse los corceles de ágiles pies, y allí acabaron la vida y el valor del guerrero.

297 Saltó Eneas del carro con el escudo y la larga pica; y temiendo que los aqueos le quitaran el cadáver, defendíalo como un león que confía en su bravura: púsose delante del muerto, enhiesta la lanza y embrazado el liso escudo, y profiriendo horribles gritos se disponía á matar á quien se le opusiera. Mas el Tidida, cogiendo una gran