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CANTO QUINTO

á entrambos les quitó la dulce vida, causando llanto y pesar al anciano, que no pudo recibirlos de vuelta de la guerra; y más tarde los parientes se repartieron la herencia.

159 En seguida alcanzó Tideo á Equemón y á Cromio, hijos de Príamo Dardánida, que iban en el mismo carro. Cual león que, penetrando en la vacada, despedaza la cerviz de un buey ó de una becerra que pacía en el soto; así el hijo de Tideo los derribó violentamente del carro, les quitó la armadura y entregó los corceles á sus camaradas para que los llevaran á las naves.

166 Eneas advirtió que Diomedes destruía las hileras de los teucros, y fué en busca del divino Pándaro por la liza y entre el estruendo de las lanzas. Halló por fin al fuerte y eximio hijo de Licaón; y deteniéndose á su lado, le dijo:

171 «¡Pándaro! ¿Dónde guardas el arco y las voladoras flechas? ¿Qué es de tu fama? Aquí no tienes rival y en la Licia nadie se gloría de aventajarte. Ea, levanta las manos á Júpiter y dispara una flecha contra ese hombre que triunfa y causa males sin cuento á los troyanos—de muchos valientes ha quebrado ya las rodillas,—si por ventura no es un dios airado con los teucros á causa de los sacrificios, pues la cólera de una deidad es terrible.»

179 Respondióle el preclaro hijo de Licaón: «¡Eneas, consejero de los teucros, de broncíneas lorigas! Parécese completamente al aguerrido hijo de Tideo: reconozco su escudo, su casco de alta cimera y agujeros á guisa de ojos y sus corceles, pero no puedo asegurar si es un dios. Si ese guerrero es en realidad el belicoso hijo de Tideo, no se mueve con tal furia sin que alguno de los inmortales le acompañe, cubierta la espalda con una nube, y desvíe las veloces flechas que hacia él vuelan. Arrojéle una saeta que le hirió en el hombro derecho, penetrando por el hueco de la loriga; creí enviarle á Plutón, y sin embargo de esto no le maté; sin duda es un dios irritado. No tengo aquí bridones ni carros que me lleven, aunque en el palacio de Licaón quedaron once carros hermosos, sólidos, de reciente construcción, cubiertos con fundas y con sus respectivos pares de caballos que comen blanca cebada y avena. Licaón, el guerrero anciano, entre los muchos consejos que me diera cuando partí del magnífico palacio, me recomendó que en el duro combate mandara á los teucros subido en el carro; mas yo no me dejé convencer—mucho mejor hubiera sido seguir su consejo—y rehusé llevarme los corceles por el temor de que, acostumbrados á comer bien, se encontraran sin pastos en una ciudad sitiada. Dejélos, pues, y vine