Minerva bajó en raudo vuelo de las cumbres del Olimpo. Cual fúlgida estrella que, enviada como señal por el hijo del artero Saturno á los navegantes ó á los individuos de un gran ejército, despide numerosas chispas; de igual modo Palas Minerva se lanzó á la tierra y cayó en medio del campo. Asombráronse cuantos la vieron, así los teucros, domadores de caballos, como los aqueos, de hermosas grebas, y no faltó quien dijera á su vecino:
82 «Ó empezará nuevamente el funesto combate y la terrible pelea, ó Júpiter, árbitro de la guerra humana, pondrá amistad entre ambos pueblos.»
85 De esta manera hablaban algunos de los aqueos y de los teucros. La diosa, transfigurada en varón—parecíase á Laódoco Antenórida, esforzado combatiente,—penetró por el ejército teucro buscando al deiforme Pándaro. Halló por fin al eximio y fuerte hijo de Licaón en medio de las filas de hombres valientes, escudados, que con él llegaran de las orillas del Esepo; y deteniéndose á su lado, le dijo estas aladas palabras:
93 «¿Querrás obedecerme, hijo valeroso de Licaón? ¡Te atrevieras á disparar una veloz flecha contra Menelao! Alcanzarías gloria entre los teucros y te lo agradecerían todos, y particularmente el príncipe Alejandro; éste te haría espléndidos presentes, si viera que al belígero Menelao le subían á la triste pira, muerto por una de tus flechas. Ea, tira una saeta al ínclito Menelao, y vota sacrificar á Apolo Licio, célebre por su arco, una hecatombe perfecta de corderos primogénitos cuando vuelvas á tu patria, la sagrada ciudad de Zelea.»
104 Así dijo Minerva. El insensato se dejó persuadir, y asió en seguida el pulido arco hecho con las astas de un lascivo buco montés, á quien él acechara é hiriera en el pecho cuando saltaba de un peñasco: el animal cayó de espaldas en la roca, y sus cuernos de dieciséis palmos fueron ajustados y pulidos por hábil artífice y adornados con anillos de oro. Pándaro tendió el arco, bajándolo é inclinándolo al suelo, y sus valientes amigos le cubrieron con los escudos, para que los belicosos aqueos no arremetieran contra él antes que Menelao, aguerrido hijo de Atreo, fuese herido. Destapó el carcaj y sacó una flecha nueva, alada, causadora de acerbos dolores; adaptó á la cuerda del arco la amarga saeta, y votó á Apolo Licio sacrificarle una hecatombe perfecta de corderos primogénitos cuando volviera á su patria, la sagrada ciudad de Zelea. Y cogiendo á la vez las plumas y el bovino nervio, tiró hacia su