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CANTO TERCERO

apareció en la primera fila de los teucros Alejandro, semejante á un dios, con una piel de leopardo en los hombros, el corvo arco y la espada; y blandiendo dos lanzas de broncínea punta, desafiaba á los más valientes argivos á que con él sostuvieran terrible combate.

21 Menelao, caro á Marte, vióle venir con arrogante paso al frente de la tropa, y como el león hambriento que ha encontrado un gran cuerpo de cornígero ciervo ó de cabra montés, se alegra y lo devora, aunque lo persigan ágiles perros y robustos mozos; así Menelao se holgó de ver con sus propios ojos al deiforme Alejandro—figuróse que podría castigar al culpable—y al momento saltó del carro al suelo sin dejar las armas.

30 Pero Alejandro, semejante á un dios, apenas distinguió á Menelao entre los combatientes delanteros, sintió que se le cubría el corazón, y para librarse de la muerte, retrocedió al grupo de sus amigos. Como el que descubre un dragón en la espesura de un monte, se echa con prontitud hacia atrás, tiémblanle las carnes y se aleja con la palidez pintada en sus mejillas; así el deiforme Alejandro, temiendo al hijo de Atreo, desapareció en la turba de los altivos teucros.

38 Advirtiólo Héctor y le reprendió con injuriosas palabras: «¡Miserable Paris, el de más hermosa figura, mujeriego, seductor! Ojalá no te contaras en el número de los nacidos ó hubieses muerto célibe. Yo así lo quisiera y te valdría más que no ser la vergüenza y el oprobio de los tuyos. Los aqueos de larga cabellera se ríen de haberte considerado como un bravo campeón por tu bella figura, cuando no hay en tu pecho ni fuerza ni valor. Y siendo cual eres, ¿reuniste á tus amigos, surcaste los mares en ligeros buques, visitaste á extranjeros, y trajiste de remota tierra una mujer linda, esposa y cuñada de hombres belicosos, que es una gran plaga para tu padre, la ciudad y el pueblo todo, causa de gozo para los enemigos y una vergüenza para ti mismo? ¿No esperas á Menelao, caro á Marte? Conocerías al varón de quien tienes la floreciente esposa, y no te valdrían la cítara, los dones de Venus, la cabellera y la hermosura, cuando rodaras por el polvo. Los troyanos son muy tímidos; pues si no, ya estarías revestido de una túnica de piedras por los males que les has causado.»

58 Respondióle el deiforme Alejandro: «¡Héctor! Con motivo me increpas y no más de lo justo; pero tu corazón es inflexible como el hacha que hiende un leño y multiplica la fuerza de quien la maneja hábilmente para cortar maderos de navío: tan intrépido es el ánimo que en tu pecho se encierra. No me reproches los amables dones