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CANTO VIGÉSIMO CUARTO

devolverlo, y conservar así tu respeto y amistad. Ve en seguida al ejército y amonesta á tu hijo. Dile que los dioses están muy irritados contra él y yo más indignado que ninguno de los inmortales, porque enfureciéndose retiene á Héctor en las corvas naves y no permite que lo rediman; por si, temiéndome, consiente que el cadáver sea rescatado. Y enviaré la diosa Iris al magnánimo Príamo para que vaya á las naves de los aqueos y redima á su hijo, llevando á Aquiles dones que aplaquen su enojo.»

120 Así se expresó; y Tetis, la diosa de los argentados pies, no fué desobediente. Bajando en raudo vuelo de las cumbres del Olimpo, llegó á la tienda de su hijo: éste gemía sin cesar, y sus compañeros se ocupaban diligentemente en preparar la comida, habiendo inmolado una grande y lanuda oveja. La veneranda madre se sentó muy cerca del héroe, le acarició con la mano y hablóle en estos términos:

128 «¡Hijo mío! ¿Hasta cuándo dejarás que el llanto y la tristeza roan tu corazón, sin acordarte ni de la comida ni del concúbito? Bueno es que goces del amor con una mujer, pues ya no vivirás mucho tiempo: la muerte y el hado cruel se te avecinan. Y ahora préstame atención, pues vengo como mensajera de Júpiter. Dice que los dioses están muy irritados contra ti, y él más indignado que ninguno de los inmortales, porque enfureciéndote retienes á Héctor en las corvas naves y no permites que lo rediman. Ea, entrega el cadáver y acepta su rescate.»

138 Respondióle Aquiles, el de los pies ligeros: «Sea así. Quien traiga el rescate se lleve el muerto; ya que, con ánimo benévolo, el mismo Olímpico lo ha dispuesto.»

141 De este modo, dentro del recinto de las naves, pasaban de madre á hijo muchas aladas palabras. Y en tanto, el Saturnio envió á Iris á la sagrada Ilión:

144 «¡Anda, ve, rápida Iris! Deja tu asiento del Olimpo, entra en Ilión y di al magnánimo Príamo que se encamine á las naves de los aqueos y rescate al hijo, llevando á Aquiles dones que aplaquen su enojo; vaya solo y ningún troyano se le junte. Acompáñele un heraldo más viejo que él, para que guíe los mulos y el carro de hermosas ruedas y conduzca luego á la población el cadáver de aquel á quien mató el divino Aquiles. Ni la idea de la muerte ni otro temor alguno conturbe su ánimo; pues le daremos por guía al Argicida, el cual le llevará hasta muy cerca de Aquiles. Y cuando haya entrado en la tienda del héroe, éste no le matará, é impedirá que los