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CANTO VIGÉSIMO CUARTO

Compadecidos de éste los bienaventurados dioses, instigaban al vigilante Argicida á que hurtase el cadáver. Á todos les placía tal propósito, menos á Juno, á Neptuno y á la virgen de los brillantes ojos, que odiaban como antes á la sagrada Ilión, á Príamo y á su pueblo por la injuria que Alejandro infiriera á las diosas cuando fueron á su cabaña y declaró vencedora á la que le había ofrecido funesta liviandad. Cuando desde el día de la muerte de Héctor llegó la duodécima aurora, Febo Apolo dijo á los inmortales:

33 «Sois, oh dioses, crueles y maléficos. ¿Acaso Héctor no quemaba en honor vuestro muslos de bueyes y de cabras escogidas? Ahora, que ha perecido, no os atrevéis á salvar el cadáver y ponerlo á la vista de su esposa, de su madre, de su hijo, de su padre Príamo y del pueblo, que al momento lo entregarían á las llamas y le harían honras fúnebres; por el contrario, oh dioses, queréis favorecer al pernicioso Aquiles, el cual concibe pensamientos no razonables, tiene en su pecho un ánimo inflexible y medita cosas feroces, como un león que dejándose llevar por su gran fuerza y espíritu soberbio, se encamina á los rebaños de los hombres para aderezarse un festín: de igual modo perdió Aquiles la piedad y ni siquiera conserva el pudor que tanto favorece ó daña á los varones. Aquél á quien se le muere un ser amado, como el hermano carnal ó el hijo, al fin cesa de llorar y lamentarse; porque las Parcas dieron al hombre un corazón paciente. Mas Aquiles, después que quitó al divino Héctor la dulce vida, ata el cadáver al carro y lo arrastra alrededor del túmulo de su compañero querido; y esto ni á aquél le aprovecha, ni es decoroso. Tema que nos irritemos contra él, aunque sea valiente, porque enfureciéndose insulta á lo que tan sólo es ya insensible tierra.»

55 Respondióle irritada Juno, la de los níveos brazos: «Sería como dices, oh tú que llevas arco de plata, si á Aquiles y á Héctor los tuvierais en igual estima. Pero Héctor fué mortal y dióle el pecho una mujer; mientras que Aquiles es hijo de una diosa á quien yo misma alimenté y crié y casé luego con Peleo, varón cordialmente amado por los inmortales. Todos los dioses presenciasteis la boda; y tú pulsaste la cítara y con los demás tuviste parte en el festín, ¡oh amigo de los malos, siempre pérfido!»

64 Replicó Júpiter, que amontona las nubes: «¡Juno! No te irrites tanto contra las deidades. No será el mismo el aprecio en que los tengamos; pero Héctor era para los dioses, y también para mí, el más querido de cuantos mortales viven en Ilión, porque nunca se olvidó de dedicarnos agradables ofrendas. Jamás mi altar careció ni