Página:La Ilíada (Luis Segalá y Estalella).djvu/357

Esta página ha sido corregida
351
CANTO VIGÉSIMO TERCERO

soledad! Y el Pelida comenzó entre ellos el funeral lamento colocando sus manos homicidas sobre el pecho del difunto: «¡Alégrate, oh Patroclo, aunque estés en el Orco! Ya voy á cumplirte cuanto te prometiera: he traído arrastrando el cadáver de Héctor, que entregaré á los perros para que lo despedacen cruelmente; y degollaré ante tu pira á doce hijos de troyanos ilustres, por la cólera que me causó tu muerte.»

24 Dijo; y para tratar ignominiosamente al divino Héctor, lo tendió boca abajo en el polvo, cabe al lecho del hijo de Menetio. Quitáronse todos la luciente armadura de bronce, desuncieron los corceles, de sonoros relinchos, y sentáronse en gran número cerca de la nave del Eácida, el de los pies ligeros, que les dió un banquete funeral espléndido. Muchos bueyes blancos, ovejas y balantes cabras palpitaban al ser degollados con el hierro; gran copia de grasos puercos, de albos dientes, se asaban, extendidos sobre las brasas; y en torno del cadáver, la sangre corría en abundancia por todas partes.

35 Los reyes aqueos llevaron al Pelida, de pies ligeros, que tenía el corazón afligido por la muerte del compañero, á la tienda de Agamenón Atrida, después de persuadirle con mucho trabajo; ya en ella, mandaron á los heraldos, de voz sonora, que pusieran al fuego un gran trípode por si lograban que aquél se lavase las manchas de sangre y polvo. Pero Aquiles se negó obstinadamente, é hizo, además, un juramento:

43 «¡No, por Júpiter, que es el supremo y más poderoso de los dioses! No es justo que el baño moje mi cabeza hasta que ponga á Patroclo en la pira, le erija un túmulo y me corte la cabellera; porque un pesar tan grande jamás, en la vida, volverá á sentirlo mi corazón. Ahora celebremos el triste banquete; y cuando se descubra la aurora, manda, oh rey de hombres Agamenón, que traigan leña y la coloquen como conviene á un muerto que baja á la región sombría, para que pronto el fuego infatigable consuma y haga desaparecer de nuestra vista el cadáver de Patroclo, y los guerreros vuelvan á sus ocupaciones.»

54 Así se expresó; y ellos le escucharon y obedecieron. Dispuesta con prontitud la cena, banquetearon, y nadie careció de su respectiva porción. Mas después que hubieron satisfecho de comida y de bebida al apetito, se fueron á dormir á sus tiendas. Quedóse el hijo de Peleo con muchos mirmidones, dando profundos suspiros, á orillas del estruendoso mar, en un lugar limpio donde las olas bañaban la playa; pero no tardó en vencerle el sueño, que disipa los cuidados del ánimo,