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LA ILÍADA

brazos, me ha maltratado, padre; por ella la discordia y la contienda han surgido entre los inmortales.»

514 Así éstos conversaban. En tanto, Febo Apolo entró en la sagrada Ilión, temiendo por el muro de la bien edificada ciudad: no fuera que en aquella ocasión lo destruyesen los dánaos, contra lo ordenado por el destino. Los demás dioses sempiternos volvieron al Olimpo, irritados unos y envanecidos otros por el triunfo; y se sentaron á la vera de Júpiter, el de las sombrías nubes. Aquiles, persiguiendo á los teucros, mataba hombres y caballos. De la suerte que cuando una ciudad es presa de las llamas y llega el humo al anchuroso cielo, porque los dioses se irritaron contra ella, todos los habitantes trabajan y muchos padecen grandes males; de igual modo, Aquiles causaba á los teucros fatigas y daños.

526 El anciano Príamo estaba en la sagrada torre; y como viera al ingente Aquiles, y á los teucros puestos en confusión, huyendo espantados y sin fuerzas para resistirle, empezó á gemir y bajó de aquélla para dar órdenes á los ínclitos varones que custodiaban las puertas de la muralla:

531 «Abrid las puertas y sujetadlas con la mano, hasta que lleguen á la ciudad los guerreros que huyen espantados. Aquiles es quien los estrecha y pone en desorden, y temo que han de ocurrir desgracias. Mas, tan pronto como aquéllos respiren, refugiados dentro del muro, entornad las hojas fuertemente unidas; pues estoy con miedo de que ese hombre funesto entre por el muro.»

537 Tal fué su mandato. Abrieron las puertas, quitando los cerrojos, y á esto se debió la salvación de las tropas. Apolo saltó fuera del muro para librar de la ruina á los teucros. Éstos, acosados por la sed y llenos de polvo, huían por el campo en derechura á la ciudad y su alta muralla. Y Aquiles los perseguía impetuosamente con la lanza, teniendo el corazón poseído de violenta rabia y deseando alcanzar gloria.

544 Entonces los aqueos hubieran tomado á Troya, la de altas puertas, si Febo Apolo no hubiese incitado al divino Agenor, hijo ilustre y valiente de Antenor, á esperar á Aquiles. El dios infundióle audacia en el corazón, y para apartar de él á las crueles Parcas, se quedó á su vera, recostado en una encina y cubierto de espesa niebla. Cuando Agenor vió llegar á Aquiles, asolador de ciudades, se detuvo, y en su agitado corazón vacilaba sobre el partido que debería tomar. Y gimiendo, á su magnánimo espíritu le decía:

553 «¡Ay de mí! Si huyo del valiente Aquiles por donde los demás