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CANTO VIGÉSIMO PRIMERO

demás dioses: divididos en dos bandos, vinieron á las manos con fuerte estrépito; bramó la vasta tierra, y el gran cielo resonó como una trompeta. Oyólo Júpiter, sentado en el Olimpo, y con el corazón alegre reía al ver que los dioses iban á embestirse. Y ya no estuvieron separados largo tiempo; pues el primero Marte, que horada los escudos, acometiendo á Minerva con la broncínea lanza, estas injuriosas palabras le decía:

394 «¿Por qué de nuevo, oh desvergonzada, promueves la contienda entre los dioses con insaciable audacia? ¿Qué poderoso afecto te mueve? ¿Acaso no te acuerdas de cuando incitabas á Diomedes Tidida á que me hiriese, y cogiendo tú misma la reluciente pica la enderezaste contra mí y me desgarraste el hermoso cutis? Pues me figuro que ahora pagarás cuanto me hiciste.»

400 Apenas acabó de hablar, dió un bote en el escudo floqueado, horrendo, que ni el rayo de Júpiter rompería; allí acertó á dar Marte, manchado de homicidios, con la ingente lanza. Pero la diosa, volviéndose, aferró con su robusta mano una gran piedra negra y erizada de puntas que estaba en la llanura y había sido puesta por los antiguos como linde de un campo; é hiriendo con ella al furibundo Marte, dejóle sin vigor los miembros. Vino á tierra el dios y ocupó siete yugadas, el polvo manchó su cabellera y las armas resonaron. Rióse Palas Minerva; y gloriándose de la victoria, profirió estas aladas palabras:

410 «¡Necio! Aún no has comprendido que me jacto de ser mucho más fuerte y osas oponer tu furor al mío. Así padecerás, cumpliéndose las imprecaciones de tu airada madre que maquina males contra ti porque abandonaste á los aqueos y favoreces á los orgullosos teucros.»

415 Cuando esto hubo dicho, volvió á otra parte los ojos refulgentes. Venus, hija de Júpiter, asió por la mano á Marte y le acompañaba; mientras el dios daba muchos suspiros y apenas podía recobrar el aliento. Pero la vió Juno, la diosa de los níveos brazos, y al punto dijo á Minerva estas aladas palabras:

420 «¡Oh dioses! ¡Hija de Júpiter que lleva la égida! ¡Indómita deidad! Aquella desvergonzada vuelve á sacar del dañoso combate, por entre el tumulto, á Marte, funesto á los mortales. ¡Anda tras ella!»

423 De tal modo habló. Alegrósele el alma á Minerva, que corrió hacia Venus, y alzando la robusta mano descargóle un golpe sobre el pecho. Desfallecieron las rodillas y el corazón de la diosa, y ella