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CANTO VIGÉSIMO PRIMERO

dios desistió de perseguirle, sino que lanzó tras él olas de sombría cima con el propósito de hacer cesar al divino Aquiles de combatir y librar de la muerte á los troyanos. El Pelida salvó cerca de un tiro de lanza, dando un brinco con la impetuosidad de la rapaz águila negra, que es la más forzuda y veloz de las aves; parecido á ella, el héroe corría y el bronce resonaba horriblemente sobre su pecho. Aquiles procuraba huir, desviándose á un lado; pero la corriente se iba tras él y le perseguía con gran ruido. Como el fontanero conduce el agua desde el profundo manantial por entre las plantas de un huerto y con un azadón en la mano quita de la reguera los estorbos; y la corriente sigue su curso, y mueve las piedrecitas, pero al llegar á un declive murmura, acelera la marcha y pasa delante del que la guía; de igual modo, la corriente del río alcanzaba continuamente á Aquiles, porque los dioses son más poderosos que los hombres. Cuantas veces el divino Aquiles, el de los pies ligeros, intentaba esperarla, para ver si le perseguían todos los inmortales que tienen su morada en el espacioso cielo; otras tantas, las grandes olas del río le azotaban los hombros. El héroe, afligido en su corazón, saltaba; pero el río, siguiéndole con la rápida y tortuosa corriente, le cansaba las rodillas y le robaba el suelo allí donde ponía los pies. Y el Pelida, levantando los ojos al vasto cielo, gimió y dijo:

273 «¡Padre Júpiter! ¿Cómo no viene ningún dios á salvarme á mí, miserando, de la persecución del río; y luego sufriré cuanto sea preciso? Ninguna de las deidades del cielo tiene tanta culpa como mi madre, que me halagó con falsas predicciones: dijo que me matarían al pie del muro de los troyanos, armados de coraza, las veloces flechas de Apolo. ¡Ojalá me hubiese muerto Héctor, que es aquí el más bravo! Entonces un valiente hubiera muerto y despojado á otro valiente. Mas ahora quiere el destino que yo perezca de miserable muerte, cercado por un gran río; como el niño porquerizo á quien arrastran las aguas invernales del torrente que intentaba atravesar.»

284 Así se expresó. En seguida Neptuno y Minerva, con figura humana, cogiéronle en medio y le asieron de las manos mientras le animaban con palabras. Neptuno, que sacude la tierra, fué el primero en hablar y dijo:

288 «¡Pelida! No tiembles, ni te asustes. ¡De tal manera vamos á ayudarte, con la venia de Júpiter, yo y Palas Minerva! Porque no dispone el hado que seas muerto por el río, y éste dejará pronto de perseguirte, como verás tú mismo. Te daremos un prudente consejo, por si quieres obedecer: No descanse tu brazo en la batalla funesta