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CANTO SEGUNDO

fortunio envolvióme Júpiter. ¡Cruel! Me prometió y aseguró que no me iría sin destruir la bien murada Ilión, y todo ha sido funesto engaño; pues ahora me ordena regresar á Argos, sin gloria, después de haber perdido tantos hombres. Así debe de ser grato al prepotente Júpiter, que ha destruído las fortalezas de muchas ciudades y aún destruirá otras porque su poder es inmenso. Vergonzoso será para nosotros que lleguen á saberlo los hombres de mañana. ¡Un ejército aqueo tal y tan grande hacer una guerra vana é ineficaz! ¡Combatir contra un número menor de hombres y no saberse aún cuándo la contienda tendrá fin! Pues si aqueos y troyanos, jurando la paz, quisiéramos contarnos, y reunidos cuantos troyanos hay en sus hogares y agrupados nosotros en décadas, cada una de éstas eligiera un troyano para que escanciara el vino, muchas décadas se quedarían sin escanciador. ¡En tanto superan los aqueos á los troyanos que en Ilión moran! Pero han venido en su ayuda hombres de muchas ciudades, que saben blandir la lanza, me apartan de mi propósito y no me permiten, como quisiera, tomar la populosa ciudad de Troya. Nueve años del gran Jove transcurrieron ya; los maderos de las naves se han podrido y las cuerdas están deshechas; nuestras esposas é hijitos nos aguardan en los palacios; y aún no hemos dado cima á la empresa para la cual vinimos. Ea, obremos todos como voy á decir: Huyamos en las naves á nuestra patria, pues ya no tomaremos á Troya, la de anchas calles.»

142 Así dijo; y á todos los que no habían asistido al consejo se les conmovió el corazón en el pecho. Agitóse la junta como las grandes olas que en el mar Icario levantan el Euro y el Noto cayendo impetuosos de las nubes amontonadas por el padre Júpiter. Como el Céfiro mueve con violento soplo un campo de trigo y se cierne sobre las espigas, de igual manera se movió toda la junta. Con gran gritería y levantando nubes de polvo, corren hacia los bajeles; exhórtanse á tirar de ellos para botarlos al mar divino; limpian los canales; quitan los soportes, y el vocerío de los que se disponen á volver á la patria llega hasta el cielo.

155 Y efectuárase entonces, antes de lo dispuesto por el destino, el regreso de los argivos, si Juno no hubiese dicho á Minerva:

157 «¡Oh dioses! ¡Hija de Júpiter, que lleva la égida! ¡Indómita deidad! ¿Huirán los argivos á sus casas, á su tierra por el ancho dorso del mar, y dejarán como trofeo á Príamo y á los troyanos la argiva Helena, por la cual tantos aqueos perecieron en Troya, lejos de su patria? Ve en seguida al ejército de los aqueos, de broncíneas lorigas,