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CANTO VIGÉSIMO

rrendo escudo de Aquiles, que resonó en torno de la misma. El Pelida, temeroso, apartó el escudo con la robusta mano, creyendo que la luenga lanza del magnánimo Eneas lo atravesaría fácilmente. ¡Insensato! No pensó en su mente ni en su espíritu que los presentes de los dioses no pueden ser destruídos con facilidad por los mortales hombres, ni ceder á sus fuerzas. Y así la ponderosa lanza de Eneas no perforó entonces la rodela por haberlo impedido la lámina de oro que el dios puso en medio, sino que atravesó dos capas y dejó tres intactas, porque eran cinco las que el dios cojo había reunido: las dos de bronce, dos interiores de estaño, y una de oro, que fué donde se detuvo la lanza de fresno.

273 Aquiles despidió luego la ingente lanza, y acertó á dar en el borde del liso escudo de Eneas, sitio en que el bronce era más delgado y el boyuno cuero más tenue: el fresno del Pelión atravesólo, y todo el escudo resonó. Eneas, amedrentado, se encogió y levantó el escudo; la lanza, deseosa de proseguir su curso, pasóle por cima del hombro, después de romper los dos círculos de la rodela, y se clavó en el suelo; y el héroe, evitado ya el golpe, quedóse inmóvil y con los ojos muy espantados de ver que aquélla había caído tan cerca. Aquiles desnudó la aguda espada; y profiriendo grandes y horribles voces, arremetió contra Eneas; y éste, á su vez cogió una gran piedra que dos de los hombres actuales no podrían llevar y que él manejaba fácilmente. Y Eneas tirara la piedra á Aquiles y le acertara en el casco ó en el escudo que habría apartado del héroe la triste muerte, y Aquiles privara de la vida á Eneas, hiriéndole de cerca con la espada, si al punto no lo hubiese advertido Neptuno, que sacude la tierra, el cual dijo entre los dioses inmortales:

293 «¡Oh dioses! Me causa pesar el magnánimo Eneas que pronto, sucumbiendo á manos del Pelida, descenderá al Orco por haber obedecido las palabras del flechador Apolo. ¡Insensato! El dios no le librará de la triste muerte. Mas ¿por qué ha de padecer, sin ser culpable, las penas que otros merecen, habiendo ofrecido siempre gratos presentes á los dioses que habitan el anchuroso cielo? Ea, librémosle de la muerte, no sea que Júpiter se enoje si Aquiles lo mata, pues el destino quiere que se salve á fin de que no perezca ni se extinga el linaje de Dárdano, que fué amado por el Saturnio con preferencia á los demás hijos que tuvo de mujeres mortales. Ya Jove aborrece á los descendientes de Príamo; pero el fuerte Eneas reinará sobre los troyanos, y luego los hijos de sus hijos que sucesivamente nazcan.»

309 Respondióle Juno veneranda, la de los grandes ojos: «¡Neptu-