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CANTO DÉCIMONONO

ambos ejércitos. Ordénales, por el contrario, que en las veleras naves se sacien de manjares y vino, pues esto da fuerza y valor. Estando en ayunas no puede el varón combatir todo el día, hasta la puesta del sol, con el enemigo: aunque su corazón lo desee, los miembros se le entorpecen, le rinden el hambre y la sed, y las rodillas se le doblan al andar. Pero el que pelea todo el día con los enemigos, saciado de vino y de manjares, tiene en el pecho un corazón audaz y sus miembros no se cansan antes que todos se hayan retirado de la lid. Ea, despide las tropas y manda que preparen el desayuno; el rey de hombres Agamenón traiga los regalos en medio de la junta para que los vean todos los aqueos con sus propios ojos y te regocijes en el corazón; jure el Atrida, de pie entre los argivos, que nunca subió al lecho de Briseida ni yació con la misma, como es costumbre, oh rey, entre hombres y mujeres; y tú, Aquiles, procura tener en el pecho un ánimo benigno. Que luego se te ofrezca en el campamento un espléndido banquete de reconciliación, para que nada falte de lo que se te debe. Y el Atrida sea en adelante más justo con todos; pues no se puede reprender que se apacigüe á un rey, á quien primero se injuriara.»

184 Dijo entonces el rey de hombres Agamenón: «Con agrado escuché tus palabras, Laertíada, pues en todo lo que narraste y expusiste has sido oportuno. Quiero hacer el juramento: mi ánimo me lo aconseja, y no será para un perjurio mi invocación á la divinidad. Aquiles aguarde, aunque esté impaciente por combatir, y los demás continuad reunidos aquí hasta que traigan de mi tienda los presentes y consagremos con un sacrificio nuestra fiel amistad. Á ti mismo te lo encargo y ordeno: escoge entre los jóvenes aqueos los más principales; y encaminándoos á mi nave, traed cuanto ayer ofrecimos á Aquiles, sin dejar las mujeres. Y Taltibio, atravesando el anchuroso campamento aquivo, vaya á buscar y prepare un jabalí para inmolarlo á Júpiter y al Sol.»

198 Replicó Aquiles, el de los pies ligeros: «¡Atrida gloriosísimo, rey de hombres Agamenón! Todo esto debierais hacerlo cuando se suspenda el combate y no sea tan grande el ardor que inflama mi pecho. ¡Yacen insepultos los que hizo sucumbir Héctor Priámida cuando Júpiter le dió gloria, y vosotros nos aconsejáis que comamos! Yo mandaría á los aqueos que combatieran en ayunas, sin tomar nada; y que á la puesta del sol, después de vengar la afrenta, celebraran un gran banquete. Hasta entonces no han de entrar en mi garganta ni manjares ni bebidas; porque mi compañero yace en la tienda,