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LA ILÍADA

por sus bienes, júntelos y entréguelos al pueblo para que en común se consuman; pues es mejor que los disfrute éste que no los aquivos. Mañana, al apuntar la aurora, vestiremos la armadura y suscitaremos un reñido combate junto á las cóncavas naves. Y si verdaderamente el divino Aquiles se propone salir del campamento, le pesará tanto más, cuanto más se arriesgue. Porque me propongo no huir de él, sino afrontarle en la batalla horrísona; y alcanzará una gran victoria, ó seré yo quien la consiga. Que Marte es á todos común y suele causar la muerte del que matar deseaba.»

310 Así se expresó Héctor, y los teucros le aclamaron, ¡oh necios! porque Palas Minerva les quitó el juicio. ¡Aplaudían todos á Héctor por sus funestos propósitos y ni uno siquiera á Polidamante, que les daba un buen consejo! Tomaron, pues, la cena en el campamento; y los aquivos pasaron la noche dando gemidos y llorando á Patroclo. El Pelida, poniendo sus manos homicidas sobre el pecho del amigo, dió comienzo á las sentidas lamentaciones, mezcladas con frecuentes sollozos. Como el melenudo león á quien un cazador ha quitado los cachorros en la poblada selva, cuando vuelve á su madriguera se aflige y, poseído de vehemente cólera, recorre los valles en busca de aquel hombre; de igual modo, y despidiendo profundos suspiros, dijo Aquiles entre los mirmidones:

324 «¡Oh dioses! Vanas fueron las palabras que pronuncié en el palacio para tranquilizar al héroe Menetio, diciendo que á su ilustre hijo le llevaría otra vez á Opunte tan pronto como, tomada Ilión, recibiera su parte de botín. Júpiter no les cumple á los hombres todos sus deseos; y el hado ha dispuesto que nuestra sangre enrojezca una misma tierra, aquí en Troya; porque ya no me recibirán en su palacio ni el anciano caballero Peleo, ni Tetis, mi madre; sino que esta tierra me contendrá en su seno. Ya que he de morir, oh Patroclo, después que tú, no te haré las honras fúnebres hasta que traiga las armas y la cabeza de Héctor, tu magnánimo matador. Degollaré ante la pira, para vengar tu muerte, doce hijos de ilustres troyanos. Y en tanto permanezcas tendido junto á las corvas naves, te rodearán, llorando noche y día, las troyanas y dardanias de profundo seno que conquistamos con nuestro valor y la ingente lanza, al entrar á saco opulentas ciudades de hombres de voz articulada.»

343 Cuando esto hubo dicho, el divino Aquiles mandó á sus compañeros que pusieran al fuego un gran trípode para que cuanto antes le lavaran á Patroclo las manchas de sangre. Y ellos colocaron sobre el ardiente fuego una caldera propia para baños, sostenida