Página:La Ilíada (Luis Segalá y Estalella).djvu/294

Esta página ha sido corregida
288
LA ILÍADA

ardía resplandeciente llama. Como se ve desde lejos el humo que saliendo de una isla donde se halla una ciudad sitiada por los enemigos, llega al éter, cuando sus habitantes, después de combatir todo el día en horrenda batalla, al ponerse el sol encienden muchos fuegos, cuyo resplandor sube á lo alto, para que los vecinos los vean, se embarquen y les libren del apuro; de igual modo el resplandor de la cabeza de Aquiles llegaba al éter. Y acercándose á la orilla del foso, fuera de la muralla, se detuvo, sin mezclarse con los aqueos, porque respetaba el prudente mandato de su madre. Allí dió recias voces y á alguna distancia Palas Minerva vociferó también y suscitó un inmenso tumulto entre los teucros. Como se oye la voz sonora de la trompeta cuando vienen á cercar la ciudad enemigos que la vida quitan; tan sonora fué entonces la voz del Eácida. Cuando se dejó oir la voz de bronce del héroe, á todos se les conturbó el corazón, y los caballos, de hermosas crines, volvíanse hacia atrás con los carros porque en su ánimo presentían desgracias. Los aurigas se quedaron atónitos al ver el terrible é incesante fuego que en la cabeza del magnánimo Pelida hacía arder Minerva, la diosa de los brillantes ojos. Tres veces el divino Aquiles gritó á orillas del foso, y tres veces se turbaron los troyanos y sus ínclitos auxiliares; y doce de los más valientes guerreros murieron atropellados por sus carros y heridos por sus propias lanzas. Y los aqueos, muy alegres, sacaron á Patroclo fuera del alcance de los tiros y colocáronlo en un lecho. Los amigos le rodearon llorosos, y con ellos iba Aquiles, el de los pies ligeros, derramando ardientes lágrimas, desde que vió al fiel compañero desgarrado por el agudo bronce y tendido en el féretro. Habíale mandado á la batalla con su carro y sus corceles, y ya no podía recibirle, porque de ella no tornaba vivo.

239 Juno veneranda, la de los grandes ojos, obligó al Sol infatigable á hundirse, mal de su grado, en la corriente del Océano. Y una vez puesto, los divinos aqueos suspendieron la enconada pelea y el general combate.

243 Los teucros, por su parte, retirándose de la dura contienda, desuncieron de los carros los veloces corceles y celebraron junta antes de preparar la cena. En ella estuvieron de pie y nadie osó sentarse; pues á todos les hacía temblar el que Aquiles se presentara después de haber permanecido tanto tiempo apartado del funesto combate. Fué el primero en arengarles Polidamante Pantoida, el único que conocía lo futuro y lo pasado: era amigo de Héctor, y ambos nacieron en la misma noche; pero Polidamante superaba á Héctor