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CANTO DÉCIMOSÉPTIMO

los demás; que así se lo ordenara Néstor, cuando desde las negras naves los envió á la batalla.

384 Todo el día sostuvieron la gran contienda y el cruel combate. Cansados y sudosos tenían los pies, las piernas y las rodillas, y manchados de polvo los ojos y las manos, cuantos peleaban en torno del valiente servidor del Eácida, de pies ligeros. Como un hombre da á los obreros, para que la estiren, una piel grande de toro cubierta de grasa; y ellos, cogiéndola, se distribuyen á su alrededor, y tirando todos sale la humedad, penetra la grasa y la piel queda perfectamente extendida por todos lados; de la misma manera, tiraban aquéllos del cadáver acá y allá, en un reducido espacio, y tenían grandes esperanzas de arrastrarlo los teucros hacia Ilión, y los aqueos á las cóncavas naves. Un tumulto feral se producía alrededor del muerto; y ni Marte, que enardece á los guerreros, ni Minerva por airada que estuviera, habrían hallado nada que reprocharle, si lo hubiesen presenciado.

400 Tan funesto combate de hombres y caballos suscitó Júpiter aquel día sobre el cadáver de Patroclo. El divino Aquiles ignoraba aún la muerte del héroe, porque la pelea se había empeñado lejos de las veleras naves, al pie del muro de Troya. No se figuraba que hubiese muerto, sino que después de acercarse á las puertas volvería vivo; porque tampoco esperaba que llegara á tomar la ciudad, ni solo, ni con él mismo. Así se lo había oído muchas veces á su madre cuando, hablándole separadamente de los demás, le revelaba el pensamiento del gran Júpiter. Pero entonces la diosa no le anunció la gran desgracia que acababa de ocurrir: la muerte del compañero á quien más amaba.

412 Los combatientes, blandiendo afiladas lanzas, se acometían continuamente alrededor del cadáver; y unos á otros se mataban. Y hubo quien entre los aqueos, de broncíneas lorigas, habló de esta manera:

415 «¡Oh amigos! No sería para nosotros una acción gloriosa, la de volver á las cóncavas naves. Antes la negra tierra se nos trague á todos; que preferible fuera, si hemos de permitir á los troyanos, domadores de caballos, que arrastren el cadáver á la ciudad y alcancen gloria.»

420 Y á su vez alguno de los magnánimos teucros así decía: «¡Oh amigos! Aunque el destino haya dispuesto que sucumbamos todos junto á ese hombre, nadie abandone la batalla.»

423 Con tales palabras excitaban el valor de sus compañeros. Se-