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CANTO DÉCIMOSÉPTIMO

Telamón, acometiéndole por entre la turba, le hirió de cerca á través del casco de broncíneas carrilleras: el casco, guarnecido de un penacho de crines de caballo, se quebró al recibir el golpe de la gran lanza manejada por la robusta mano; el cerebro fluyó sanguinolento por la herida, á lo largo del asta; el guerrero perdió las fuerzas, dejó escapar de sus manos al suelo el pie del longánimo Patroclo, y cayó de pechos, junto al cadáver, lejos de la fértil Larisa; y así no pudo pagar á sus progenitores la crianza, ni fué larga su vida, porque sucumbió vencido por la lanza del magnánimo Ayax.—Héctor arrojó, á su vez, la reluciente lanza; pero Ayax, al notarlo, hurtó el cuerpo, y la broncínea arma alcanzó á Esquedio, hijo del magnánimo Ifites y el más valiente de los focenses, que tenía su casa en la célebre Pánope y reinaba sobre muchos hombres: clavóse la punta debajo de la clavícula y, atravesándola, salió por el hombro. El guerrero cayó con estrépito, y sus armas resonaron.—Ayax hirió en medio del vientre al aguerrido Forcis, hijo de Fénope, que defendía el cadáver de Hipótoo; y el bronce rompió la cavidad de la coraza y desgarró las entrañas: el teucro, caído en el polvo, cogió el suelo con las manos. Arredráronse los combatientes delanteros y el esclarecido Héctor; y los argivos dieron grandes voces, retiraron los cadáveres de Forcis y de Hipótoo, y quitaron de sus hombros las respectivas armaduras.

319 Entonces los teucros hubieran vuelto á entrar en Ilión, acosados por los belicosos aqueos y vencidos por su cobardía; y los aqueos hubiesen alcanzado gloria, contra la voluntad de Júpiter, por su fortaleza y su valor. Pero Apolo instigó á Eneas, tomando la figura del heraldo Perifante Epítida, que había envejecido ejerciendo de pregonero en la casa del padre del héroe y sabía dar saludables consejos. Así transfigurado, habló Apolo, hijo de Júpiter, diciendo:

327 «¡Eneas! ¿De qué modo podríais salvar la excelsa Ilión, hasta si un dios se opusiera? Como he visto hacerlo á otros varones que confiaban en su fuerza y vigor, en su bravura y en la muchedumbre de tropas formadas por un pueblo intrépido. Mas al presente, Júpiter desea que la victoria quede por vosotros y no por los dánaos; y vosotros huís temblando y renunciáis á combatir.»

333 De tal suerte habló. Eneas, como viera delante de sí al flechador Apolo, reconocióle, y á grandes voces dijo á Héctor:

335 «¡Héctor y demás caudillos de los troyanos y sus aliados! Es una vergüenza que entremos en Ilión, acosados por los belicosos