pueblo paga, mandáis las tropas y os viene de Júpiter el honor y la gloria! Me es difícil ver á cada uno de los caudillos. ¡Tan grande es el combate que aquí se ha empeñado! Pero acercaos vosotros, indignándoos en vuestro corazón de que Patroclo llegue á ser juguete de los perros troyanos.»
256 Tales fueron sus palabras. Oyóle en seguida el veloz Ayax de Oileo, y acudió antes que nadie, corriendo á través del campo. Siguiéronle Idomeneo y su escudero Meriones, igual al homicida Marte. ¿Y quién podría retener en la memoria y decir los nombres de cuantos aqueos fueron llegando para reanimar la pelea?
262 Los teucros acometieron apiñados, con Héctor á su frente. Como en la desembocadura de un río que las celestiales lluvias alimentan, las ingentes olas chocan bramando contra la corriente del mismo, refluyen al mar y las altas orillas resuenan en torno; con una gritería tan grande marchaban los teucros. Mientras tanto, los aqueos permanecían firmes alrededor del cadáver del hijo de Menetio, conservando el mismo ánimo y defendiéndose con los escudos de bronce; y Júpiter rodeó de espesa niebla sus relucientes cascos, porque nunca había aborrecido al hijo de Menetio mientras vivió y fué servidor de Aquiles, y entonces veía con desagrado que el cadáver pudiera llegar á ser juguete de los perros troyanos. Por esto el dios incitaba á los compañeros á que lo defendieran.
274 En un principio, los teucros rechazaron á los aqueos, de ojos vivos, y éstos, desamparando al muerto, huyeron espantados. Y si bien los altivos teucros no consiguieron matar con sus lanzas á ningún aquivo, como deseaban, empezaron á arrastrar el cadáver. Poco tiempo debían los aqueos permanecer alejados de éste, pues los hizo volver Ayax; el cual, así por su figura, como por sus obras, era el mejor de los dánaos, después del eximio Pelida. Atravesó el héroe las primeras filas, y parecido por su braveza al jabalí que en el monte dispersa fácilmente, dando vueltas por los matorrales, á los perros y á los florecientes mancebos; de la misma manera el esclarecido Ayax, hijo del ilustre Telamón, acometió y dispersó las falanges de troyanos que se agitaban en torno de Patroclo con el decidido propósito de llevarlo á la ciudad y alcanzar gloria.
288 Hipótoo, hijo preclaro del pelasgo Leto, había atado una correa á un tobillo de Patroclo, alrededor de los tendones; y arrastraba el cadáver por el pie, á través del reñido combate, para congraciarse con Héctor y los teucros. Pronto le ocurrió una desgracia, de que nadie, por más que lo deseara, pudo librarle. Pues el hijo de