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CANTO DÉCIMOSEXTO

de Héctor, domador de caballos, hermano carnal de Hécuba é hijo de Dimante, y habitaba en la Frigia, junto á la corriente del Sangario. Así transfigurado, exclamó Apolo, hijo de Júpiter:

721 «¡Héctor! ¿Por qué te abstienes de combatir? No debes hacerlo. Ojalá te superara tanto en bravura, cuanto te soy inferior: entonces te sería funesto el retirarte de la batalla. Mas, ea, guía los corceles de duros cascos hacia Patroclo, por si puedes matarlo y Apolo te da gloria.»

726 El dios, cuando esto hubo dicho, volvió á la batalla. El esclarecido Héctor mandó á Cebrión que picara á los corceles y los dirigiese á la pelea; y Apolo, entrándose por la turba, suscitó entre los dánaos funesto tumulto y dió gloria á Héctor y á los teucros. Héctor dejó entonces á los demás dánaos, sin que intentara matarlos, y enderezó á Patroclo los caballos de duros cascos. Patroclo, á su vez, saltó del carro á tierra con la lanza en la izquierda; cogió con la diestra una piedra blanca y erizada de puntas que le llenaba la mano; y estribando en el suelo, la arrojó, hiriendo en seguida á un combatiente, pues el tiro no resultó vano: dió la pedrada en la frente de Cebrión, auriga de Héctor, que era hijo bastardo del ilustre Príamo y entonces gobernaba las riendas de los caballos. La piedra se llevó ambas cejas; el hueso tampoco resistió; los ojos cayeron en el polvo á los pies de Cebrión; y éste, cual si fuera un buzo, cayó del asiento bien construído, porque la vida huyó de sus miembros. Y burlándote de él, oh caballero Patroclo, exclamaste:

745 «¡Oh dioses! ¡Muy ágil es el teucro! ¡Cuán fácilmente salta á lo buzo! Si se hallara en el ponto, en peces abundante, ese hombre saltaría de la nave aunque el mar estuviera tempestuoso y podría saciar á muchas personas con las ostras que pescara. ¡Con tanta facilidad ha dado la voltereta del carro á la llanura! Es indudable que también los troyanos tienen buzos.»

751 Dijo, y corrió hacia el héroe con la impetuosidad de un león que devasta los establos hasta que es herido en el pecho y su mismo valor le mata; de la misma manera, oh Patroclo, te arrojaste enardecido sobre Cebrión. Héctor, por su parte, saltó del carro al suelo sin dejar las armas. Y entrambos luchaban en torno de Cebrión, como dos hambrientos leones que en el monte pelean furiosos por el cadáver de una cierva; así los dos aguerridos campeones, Patroclo Menetíada y el esclarecido Héctor, deseaban herirse el uno al otro con el cruel bronce. Héctor había cogido al muerto por la cabeza y no lo soltaba; Patroclo lo asía de un pie, y los demás teucros y dánaos sostenían encarnizado combate.