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CANTO DÉCIMOSEXTO

de la muerte horrísona á ese hombre mortal, á quien tiempo ha que el hado condenó á morir? Hazlo, pero no todos los dioses te lo aprobaremos. Otra cosa voy á decirte, que fijarás en la memoria: Piensa que si á Sarpedón le mandas vivo á su palacio, algún otro dios querrá sacar á su hijo del duro combate, pues muchos hijos de los inmortales pelean en torno de la gran ciudad de Príamo, y harás que sus padres se enciendan en terrible ira. Pero si Sarpedón te es caro y tu corazón le compadece, deja que muera á manos de Patroclo en reñido combate; y cuando el alma y la vida le abandonen, ordena á la Muerte y al dulce Sueño que lo lleven á la vasta Licia, para que sus hermanos y amigos le hagan exequias y le erijan un túmulo y un cipo, que tales son los honores debidos á los muertos.»

458 Así dijo. El padre de los hombres y de los dioses no desobedeció, é hizo caer sobre la tierra sanguinolentas gotas para honrar al hijo amado, á quien Patroclo había de matar en la fértil Troya, lejos de su patria.

462 Cuando ambos héroes se hallaron frente á frente, Patroclo arrojó la lanza, y acertando á dar en el empeine del ilustre Trasidemo, escudero valeroso del rey Sarpedón, dejóle sin vigor los miembros. Sarpedón acometió á su vez; y despidiendo la reluciente lanza, erró el tiro; pero hirió en el hombro derecho al corcel Pédaso, que relinchó mientras perdía el vital aliento. El caballo cayó al polvo, y el espíritu abandonó su cuerpo. Forcejaron los otros dos bridones por separarse, crujió el yugo y enredáronse las riendas á causa de que el caballo lateral yacía en el polvo. Pero Automedonte, famoso por su lanza, halló el remedio: desenvainando la espada de larga punta que llevaba junto al fornido muslo, cortó apresuradamente los tirantes del caballo lateral, y los otros dos se enderezaron y obedecieron á las riendas. Y los héroes volvieron á acometerse con roedor encono.

477 Entonces Sarpedón arrojó otra reluciente lanza y erró el tiro, pues aquélla pasó por cima del hombro izquierdo de Patroclo sin herirle. Patroclo despidió la suya y no en balde; ya que acertó á Sarpedón y le hirió en el tejido que al denso corazón envuelve. Cayó el héroe como la encina, el álamo ó el elevado pino que en el monte cortan con afiladas hachas los artífices para hacer un mástil de navío; así yacía aquél, tendido delante de los corceles y del carro, rechinándole los dientes y cogiendo con las manos el polvo ensangrentado. Como el rojizo y animoso toro, á quien devora un león que se ha presentado en la vacada, brama al morir entre las mandíbulas