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LA ILÍADA

aqueos; sino que aún resistían, y sólo cediendo á la necesidad se retiraban de las naves.

306 Entonces, ya extendida la batalla, cada jefe mató á un hombre. El esforzado hijo de Menetio, el primero, hirió con la aguda lanza á Areilico, que había vuelto la espalda para huir: el bronce atravesó el muslo y rompió el hueso, y el teucro dió de ojos en el suelo. El belígero Menelao hirió á Toante en el pecho, donde éste quedaba sin defensa al lado del escudo, y dejó sin vigor sus miembros. El Filida, observando que Anficlo iba á acometerle, se le adelantó y logró envasarle la pica en la parte superior de la pierna, donde más grueso es el músculo: la punta desgarró los nervios, y la obscuridad cubrió los ojos del guerrero. De los Nestóridas, Antíloco traspasó con la broncínea lanza á Atimnio, clavándosela en el ijar, y el teucro cayó de pechos en el suelo; el hermano de éste, Maris, irritado por tal muerte, se le puso delante y arremetió con la lanza á Antíloco; entonces el otro Nestórida, Trasimedes, igual á un dios, se le anticipó y le hirió en la espalda: la punta desgarró el tendón de la parte superior del brazo y rompió el hueso; el guerrero cayó con estrépito, y la obscuridad cubrió sus ojos. De tal suerte, estos dos esforzados compañeros de Sarpedón, hábiles tiradores, é hijos de Amisodaro el que crió la indomable Quimera, causa de males para muchos hombres, fueron vencidos por los dos hermanos y descendieron al Érebo.—Ayax de Oileo acometió y cogió vivo á Cleobulo, atropellado por la turba; y le quitó la vida, hiriéndole en el cuello con la espada provista de empuñadura: la hoja entera se calentó con la sangre, y la purpúrea muerte y el hado cruel velaron los ojos del guerrero.—Penéleo y Liconte fueron á encontrarse, y habiendo arrojado sus lanzas en vano, pues ambos erraron el tiro, se acometieron con las espadas: Liconte dió á su enemigo un tajo en la cimera del casco, que adornaban crines de caballo; pero la espada se le rompió junto á la empuñadura; Penéleo hundió la suya en el cuello de Liconte, debajo de la oreja, y se lo cortó por completo: la cabeza cayó á un lado, sostenida tan sólo por la piel, y los miembros perdieron su vigor.—Meriones dió alcance con sus ligeros pies á Acamante, cuando subía al carro, y le hirió en el hombro derecho: el teucro cayó al suelo, y las tinieblas cubrieron sus ojos.—Á Erimante metióle Idomeneo el cruel bronce por la boca: la lanza atravesó la cabeza por debajo del cerebro, rompió los blancos huesos y conmovió los dientes; los ojos llenáronse con la sangre que fluía de las narices y de la boca abierta, y la muerte, cual si fuese obscura nube, envolvió al guerrero.