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LA ILÍADA

por los dos ejércitos con igual tesón. Vieron á Héctor, valiente en la pelea, y á sus propios compañeros, así á cuantos estaban detrás de los bajeles y no combatían, como á los que junto á las veleras naves daban batalla al enemigo.

674 No le era grato al corazón del magnánimo Ayax permanecer donde los demás aqueos se habían retirado; y el héroe, andando á paso largo, iba de nave en nave con una gran percha de combate naval que medía veintidós codos y estaba reforzada con clavos. Como un diestro cabalgador escoge cuatro caballos entre muchos, los guía desde la llanura á la gran ciudad por la carretera, muchos hombres y mujeres le admiran, y él salta continuamente y con seguridad del uno al otro, mientras los corceles vuelan; así Ayax, andando á paso tirado, recorría las cubiertas de muchas naves y su voz llegaba al éter. Sin cesar daba horribles gritos, para exhortar á los dánaos á defender naves y tiendas. Tampoco Héctor permanecía en la turba de los teucros, armados de fuertes corazas: como el águila negra se echa sobre una bandada de alígeras aves—gansos, grullas ó cisnes cuellilargos—que están comiendo á orillas de un río; así Héctor corría en derechura á una nave de negra proa, empujado por la mano poderosa de Júpiter, y el dios incitaba también á la tropa para que le acompañara.

696 De nuevo se trabó un reñido combate al pie de los bajeles. Hubieras dicho que sin estar cansados ni fatigados, comenzaban entonces á pelear. ¡Con tal denuedo batallaban! He aquí cuáles eran sus respectivos pensamientos: los aqueos no creían escapar de aquel desastre, sino perecer; los teucros esperaban en su corazón incendiar las naves y matar á los héroes aquivos. Y con estas ideas, asaltábanse unos á otros.

704 Héctor llegó á tocar la popa de una hermosa nave de ligero andar; aquella en que Protesilao llegó á Troya y que luego no había de llevarle otra vez á la patria tierra. Por esta nave se mataban los aquivos y los teucros: sin aguardar desde lejos los tiros de flechas y dardos, combatían de cerca y con igual ánimo, valiéndose de agudas hachas, segures, grandes espadas y lanzas de doble filo. Muchas hermosas dagas, de obscuro recazo, provistas de mango, cayeron al suelo, ya de las manos, ya de los hombros de los combatientes; y la negra tierra manaba sangre. Héctor, desde que cogió la popa, no la soltaba; y teniendo entre sus manos la parte superior de la misma, animaba á los teucros:

718 «¡Traed fuego, y dispuestos en escuadrón cerrado, trabad la