Página:La Ilíada (Luis Segalá y Estalella).djvu/245

Esta página ha sido corregida
239
CANTO DÉCIMOQUINTO

mo el fuego, saltó al centro de la turba como la ola impetuosa levantada por el viento cae desde lo alto sobre la ligera nave, llenándola de espuma, mientras el soplo terrible del huracán brama en las velas y los marineros tiemblan amedrentados porque se hallan muy cerca de la muerte; de tal modo vacilaba el ánimo en el pecho de los aqueos. Como dañino león acomete un rebaño de muchas vacas que pacen á orillas de extenso lago y son guardadas por un pastor que, no sabiendo luchar con las fieras para evitar la muerte de alguna vaca de retorcidos cuernos, va siempre con las primeras ó con las últimas reses; y el león salta al centro, devora una vaca y las demás huyen espantadas: así los aqueos todos fueron puestos en fuga por Héctor y el padre Júpiter, pero Héctor mató á uno solo, á Perifetes de Micenas, hijo de aquel Copreo que llevaba los mensajes del rey Euristeo al fornido Hércules. De este padre obscuro nació tal hijo, que superándole en toda clase de virtudes, en la carrera y en el combate, figuró por su talento entre los primeros ciudadanos de Micenas y entonces dió á Héctor gloria excelsa. Pues al volverse, tropezó con el borde del escudo que le cubría de pies á cabeza y que llevaba para defenderse de los tiros; y enredándose con él, cayó de espaldas, y el casco resonó de un modo horrible en torno de las sienes. Héctor lo advirtió en seguida, acudió corriendo, metió la pica en el pecho de Perifetes y le mató cerca de sus mismos compañeros que, aunque afligidos, no pudieron socorrerle, pues temían mucho al divino Héctor.

653 Por fin llegaron á las naves. Defendíanse los argivos detrás de las que se habían sacado primero á la playa, y los teucros fueron á perseguirlos. Aquéllos, al verse obligados á retroceder, se colocaron apiñados cerca de las tiendas, sin dispersarse por el ejército porque la vergüenza y el temor se lo impedían, y mutua é incesantemente se exhortaban. Y especialmente Néstor, protector de los aqueos, dirigíase á todos los guerreros, y en nombre de sus padres así les suplicaba:

661 «¡Oh amigos! Sed hombres y mostrad que tenéis un corazón pundonoroso ante los demás varones. Acordaos de los hijos, de las esposas, de los bienes, y de los padres, vivan aún ó hayan fallecido. En nombre de estos ausentes os suplico que resistáis firmemente y no os entreguéis á la fuga.»

667 Con estas palabras les excitó á todos el valor y la fuerza. Entonces Minerva les quitó de los ojos la densa nube que los cubría, y apareció la luz por ambos lados, en los navíos y en la lid sostenida