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LA ILÍADA

fuga entre los dánaos, gimió; y bajando los brazos, golpeóse los muslos, suspiró, y dijo:

399 «¡Eurípilo! Ya no puedo seguir aquí, aunque me necesites, porque se ha trabado una gran batalla. Te cuidará el escudero, y yo volveré presuroso á la tienda de Aquiles, para incitarle á pelear. ¿Quién sabe si con la ayuda de algún dios conmoveré su ánimo? Gran fuerza tiene la exhortación de un compañero.»

405 Dijo, y salió. Los aqueos sostenían firmemente la acometida de los teucros, pero, aunque éstos eran menos, no podían rechazarlos de las naves; y tampoco los teucros lograban romper las falanges de los dánaos y entrar en sus tiendas y bajeles. Como la plomada nivela el mástil de un navío en manos del hábil constructor que conoce bien su arte por habérselo enseñado Minerva; de la misma manera andaba igual el combate y la pelea, y unos pugnaban en torno de unas naves y otros alrededor de otras.

415 Héctor fué á encontrar al glorioso Ayax; y luchando los dos por un navío, ni Héctor conseguía arredrar á Ayax y pegar fuego á los bajeles, ni Ayax lograba rechazar á Héctor desde que un dios lo acercara al campamento. Entonces el esclarecido Ayax dió una lanzada en el pecho á Calétor, hijo de Clitio, que iba á echar fuego en un barco: el teucro cayó con estrépito, y la tea desprendióse de su mano. Y Héctor, como viera que su primo caía en el polvo delante de la negra nave, exhortó á troyanos y licios, diciendo á grandes voces:

425 «¡Troyanos, licios, dárdanos que cuerpo á cuerpo peleáis! No dejéis de combatir en esta angostura; defended el cuerpo del hijo de Clitio, que cayó en la pelea junto á las naves, para que los aqueos no lo despojen de las armas.»

429 Dichas estas palabras, arrojó á Ayax la luciente pica y erró el tiro; pero, en cambio, hirió á Licofrón de Citera, hijo de Mástor y escudero de Ayax, en cuyo palacio vivía desde que en aquella ciudad matara á un hombre: el agudo bronce penetró en la cabeza por encima de una oreja; y el guerrero, que se hallaba junto á Ayax, cayó de espaldas desde la nave al polvo de la tierra, y sus miembros quedaron sin vigor. Estremecióse Ayax, y dijo á su hermano:

437 «¡Querido Teucro! Nos han muerto al Mastórida, el compañero fiel á quien honrábamos en el palacio como á nuestros padres, desde que vino de Citera. El magnánimo Héctor le quitó la vida. Pero ¿dónde tienes las mortíferas flechas y el arco que te dió Febo Apolo?»