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LA ILÍADA

hiciera su igual en suerte y destino. Ahora cederé, aunque estoy irritado. Mas te diré otra cosa y haré una amenaza: Si á despecho de mí, de Minerva, que impera en las batallas, de Juno, de Mercurio y del rey Vulcano, conservare la excelsa Ilión é impidiere que, destruyéndola, alcancen los argivos una gran victoria, sepa que nuestra ira será implacable.»

218 Cuando esto hubo dicho, el dios que bate la tierra desamparó á los aqueos y se sumergió en el mar; pronto los héroes aquivos le echaron de menos. Entonces Júpiter, que amontona las nubes, dijo á Apolo:

221 «Ve ahora, querido Febo, á encontrar á Héctor, el de broncíneo casco. Ya Neptuno, que ciñe y bate la tierra, se fué al mar divino, para librarse de mi terrible cólera; pues hasta los dioses que están en torno de Saturno, debajo de la tierra, hubieran oído el estrépito de nuestro combate. Mucho mejor es para mí y para él que, temeroso, haya cedido á mi fuerza, porque no sin sudor se hubiera efectuado la lucha. Ahora, toma en tus manos la égida floqueada, agítala, y espanta á los héroes aquivos; y luego, cuídate, oh Flechador, del esclarecido Héctor é infúndele gran vigor, hasta que los aqueos lleguen, huyendo, á las naves y al Helesponto. Entonces pensaré lo que fuere conveniente hacer ó decir para que los aqueos respiren de sus cuitas.»

236 Tal dijo, y Apolo no desobedeció á su padre. Descendió de los montes ideos, semejante al gavilán que mata á las palomas y es la más veloz de las aves, y halló al divino Héctor, hijo del belicoso Príamo, ya no postrado en el suelo, sino sentado: iba cobrando ánimo y aliento, y reconocía á los amigos que le circundaban, porque la anhelación y el sudor habían cesado desde que Júpiter decidiera animar al héroe. El flechador Apolo se detuvo á su vera, y le dijo:

244 «¡Héctor, hijo de Príamo! ¿Por qué te encuentro sentado, lejos de los demás y desfallecido? ¿Te abruma algún pesar?»

246 Con lánguida voz respondióle Héctor, de tremolante casco: «¿Quién eres tú, oh el mejor de los dioses, que vienes á mi presencia y me interrogas? ¿No sabes que Ayax, valiente en la pelea, me hirió en el pecho con una piedra, mientras yo mataba á sus compañeros junto á las naves de los aqueos, é hizo desfallecer mi impetuoso valor? Figurábame que vería hoy mismo á los muertos y la morada de Plutón, porque ya iba á exhalar el alma.»

253 Contestó el soberano flechador Apolo: «Cobra ánimo. El Saturnio te manda desde el Ida como defensor, para asistirte y ayu-