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LA ILÍADA

cálafo, á quien Deífobo logró quitar el reluciente casco; pero Meriones, igual al veloz Marte, dió á Deífobo una lanzada en el brazo y le hizo soltar el casco con agujeros á guisa de ojos, que cayó al suelo produciendo ronco sonido. Meriones, abalanzándose á Deífobo con la celeridad del buitre, arrancóle la impetuosa lanza de la parte superior del brazo y retrocedió hasta el grupo de sus amigos. Á Deífobo sacóle del horrísono combate su hermano carnal Polites: abrazándole por la cintura, le condujo adonde tenía los rápidos corceles con el labrado carro, que estaban algo distantes de la batalla, gobernados por un auriga. Ellos llevaron á la ciudad al héroe, que se sentía agotado, daba hondos suspiros y le manaba sangre de la herida que en el brazo acababa de recibir.

540 Los demás combatían y alzaban una gritería inmensa. Eneas, acometiendo á Afareo Caletórida que contra él venía, hirióle en la garganta con la aguda lanza: la cabeza se inclinó á un lado, arrastrando el casco y el escudo, y la muerte destructora rodeó al guerrero. Antíloco, como advirtiera que Toón volvía pie á atrás, arremetió contra él y le hirió: cortóle la vena que, corriendo por el dorso, llega hasta el cuello, y el teucro cayó de espaldas en el polvo y tendía los brazos á los compañeros queridos. Acudió Antíloco y le despojó de la armadura, mirando á todos lados, mientras los teucros iban cercándole é intentaban herirle; mas el ancho y labrado escudo paró los golpes, y ni aun consiguieron rasguñar la tierna piel del héroe, porque Neptuno, que bate la tierra, defendió al hijo de Néstor contra los muchos tiros. Antíloco no se apartaba nunca de los enemigos, sino que se agitaba en medio de ellos; su lanza, jamás ociosa, siempre vibrante, se volvía á todas partes, y él pensaba en su mente si la arrojaría á alguien, ó acometería de cerca.

560 No se le ocultó á Adamante Asíada lo que Antíloco meditaba en medio de la turba; y acercándosele, le dió con el agudo bronce un bote con el escudo; pero Neptuno, el de cerúlea cabellera, no permitió que quitara la vida á Antíloco, é hizo vano el golpe rompiendo la lanza en dos partes, una de las cuales quedó clavada en el escudo, como estaca consumida por el fuego, y la otra cayó al suelo. Adamante retrocedió hacia el grupo de sus amigos, para evitar la muerte; pero Meriones corrió tras él y arrojóle la lanza, que penetró por entre el ombligo y el pubis, donde son muy peligrosas las heridas que reciben en la guerra los míseros mortales. Allí, pues, se hundió la lanza, y Adamante, cayendo encima de ella, se agitaba como un buey á quien los pastores han atado en el monte con recias