Página:La Ilíada (Luis Segalá y Estalella).djvu/205

Esta página ha sido corregida
199
CANTO DÉCIMOTERCIO

y los magnánimos flegias, y no escuchan los ruegos de ambos pueblos, sino que dan la victoria á uno de ellos; de la misma manera, Meriones é Idomeneo, caudillos de hombres, se encaminaban á la batalla, armados de luciente bronce. Y Meriones fué el primero que habló, diciendo:

307 «¡Deucaliónida! ¿Por dónde quieres que penetremos en la turba; por la derecha del ejército, por en medio ó por la izquierda? Pues no creo que los aqueos, de larga cabellera, dejen de pelear en parte alguna.»

311 Respondióle Idomeneo, caudillo de los cretenses: «Hay en el centro quienes defiendan los navíos: los dos Ayaces y Teucro, el más diestro arquero aquivo y esforzado también en el combate á pie firme; ellos se bastan para rechazar á Héctor Priámida por fuerte que sea y por incitado que esté á la batalla. Difícil será, aunque tenga muchos deseos de batirse, que triunfando del valor y de las manos invictas de aquéllos, llegue á incendiar los bajeles; á no ser que el mismo Saturnio arroje una tea encendida en las veleras naves. El gran Ayax Telamonio no cedería á ningún hombre mortal que coma el fruto de Ceres y pueda ser herido con el bronce ó con grandes piedras; ni siquiera se retiraría ante Aquiles, que destruye los escuadrones, en un combate á pie firme; pues en la carrera Aquiles no tiene rival. Vayamos, pues, á la izquierda del ejército, para ver si presto daremos gloria á alguien, ó alguien nos la dará á nosotros.»

328 Tal dijo; y Meriones, igual al veloz Marte, echó á andar hasta que llegaron al ejército por donde Idomeneo le indicara.

330 Cuando los teucros vieron á Idomeneo, que por su impetuosidad parecía una llama, y á su escudero, ambos revestidos de labradas armas, animáronse unos á otros por entre la turba y arremetieron todos contra aquel. Y se trabó una refriega, sostenida con igual tesón por ambas partes, junto á las popas de los navíos. Como aparecen de repente las tempestades, suscitadas por los sonoros vientos en ocasión en que los caminos están muy secos y se levantan nubes de polvo; así entonces unos y otros vinieron á las manos, deseando en su corazón matarse recíprocamente con el agudo bronce por entre la turba. La batalla, destructora de hombres, se presentaba horrible con las largas y afiladas picas que los guerreros manejaban; cegaba los ojos el resplandor del bronce de los lucientes cascos, de las corazas recientemente bruñidas y de los escudos refulgentes de cuantos iban á encontrarse; y hubiera tenido corazón muy audaz quien al contemplar aquella acción se hubiese alegrado en vez de afligirse.