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CANTO UNDÉCIMO

cogiéndonos de la mano nos introdujo, nos hizo sentar y nos ofreció presentes de hospitalidad, como se acostumbra hacer con los forasteros. Satisficimos de bebida y de comida al apetito, y empecé á exhortaros para que os vinierais con nosotros; ambos lo anhelabais y vuestros padres os daban muchos consejos. El anciano Peleo recomendaba á su hijo Aquiles que descollara siempre y sobresaliera entre los demás, y á su vez Menetio, hijo de Áctor, te aconsejaba así: ¡Hijo mío! Aquiles te aventaja por su abolengo, pero tú le superas en edad, aquél es mucho más fuerte, pero hazle prudentes advertencias, amonéstale é instrúyele y te obedecerá para su propio bien. Así te aconsejaba el anciano, y tú lo olvidas. Pero aún podrías recordárselo al aguerrido Aquiles y quizás lograras persuadirle. ¿Quién sabe si con la ayuda de algún dios conmoverías su corazón? Gran fuerza tiene la exhortación de un amigo. Y si se abstiene de combatir por algún vaticinio que su madre enterada por Jove le ha revelado, que á lo menos te envíe á ti con los demás mirmidones, por si llegas á ser la aurora de salvación de los dánaos, y te permita llevar en el combate su magnífica armadura para que los teucros te confundan con él y cesen de pelear, los belicosos aqueos que tan abatidos están se reanimen, y la batalla tenga su tregua, aunque sea por breve tiempo. Vosotros que no os halláis extenuados de fatiga, rechazaríais fácilmente de las naves y tiendas hacia la ciudad á esos hombres que de pelear están cansados.»

804 Dijo, y conmovióle el corazón. Patroclo fuése corriendo por entre las naves para volver á la tienda de Aquiles Eácida. Mas cuando llegó á los bajeles del divino Ulises—allí se celebraban las juntas y se administraba justicia ante los altares erigidos á los dioses—regresaba del combate, cojeando, el noble Eurípilo Evemónida, que había recibido un flechazo en el muslo: abundante sudor corría por su cabeza y sus hombros, y la negra sangre brotaba de la grave herida, pero su inteligencia permanecía firme. Vióle el esforzado hijo de Menetio, se compadeció de él, y suspirando dijo estas aladas palabras:

816 «¡Ah infelices caudillos y príncipes de los dánaos! ¡Así debíais en Troya, lejos de los amigos y de la patria, saciar con vuestra blanca grasa á los ágiles perros! Pero dime, héroe Eurípilo, alumno de Júpiter: ¿Podrán los aqueos sostener el ataque del ingente Héctor, ó perecerán vencidos por su lanza?»

822 Respondióle Eurípilo herido: «¡Patroclo, de jovial linaje! Ya no hay defensa para los aqueos que corren á refugiarse en las negras