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CANTO PRIMERO

el mejor de los augures—conocía lo presente, lo futuro y lo pasado, y había guiado las naves aqueas hasta Ilión por medio del arte adivinatoria que le diera Febo Apolo,—y benévolo les arengó diciendo:

74 «¡Oh Aquiles, caro á Júpiter! Mándasme explicar la cólera del dios, del flechador Apolo. Pues bien, hablaré; pero antes declara y jura que estás pronto á defenderme de palabra y de obra, pues temo irritar á un varón que goza de gran poder entre los argivos todos y es obedecido por los aqueos. Un rey es más poderoso que el inferior contra quien se enoja; y si en el mismo día refrena su ira, guarda luego rencor hasta que logra ejecutarlo en el pecho de aquél. Di tú si me salvarás.»

84 Respondióle Aquiles, el de los pies ligeros: «Manifiesta, deponiendo todo temor, el vaticinio que sabes; pues, ¡por Apolo, caro á Júpiter, á quien tú, oh Calcas, invocas siempre que revelas los oráculos á los dánaos!, ninguno de ellos pondrá en ti sus pesadas manos, junto á las cóncavas naves, mientras yo viva y vea la luz acá en la tierra, aunque hablares de Agamenón que al presente blasona de ser el más poderoso de los aqueos todos.»

92 Entonces cobró ánimo y dijo el eximio vate: «No está el dios quejoso con motivo de algún voto ó hecatombe, sino á causa del ultraje que Agamenón ha inferido al sacerdote, á quien no devolvió la hija ni admitió el rescate. Por esto el Flechador nos causó males y todavía nos causará otros. Y no librará á los dánaos de la odiosa peste, hasta que sea restituída á su padre, sin premio ni rescate, la moza de ojos vivos, é inmolemos en Crisa una sacra hecatombe. Cuando así le hayamos aplacado, renacerá nuestra esperanza.»

101 Dichas estas palabras, se sentó. Levantóse al punto el poderoso héroe Agamenón Atrida, afligido, con las negras entrañas llenas de cólera y los ojos parecidos al relumbrante fuego; y encarando á Calcas la torva vista, exclamó:

106 «¡Adivino de males! Jamás me has anunciado nada grato. Siempre te complaces en profetizar desgracias y nunca dijiste ni ejecutaste cosa buena. Y ahora, vaticinando ante los dánaos, afirmas que el Flechador les envía calamidades, porque no quise admitir el espléndido rescate de la joven Criseida, á quien deseaba tener en mi casa. La prefiero, ciertamente, á Clitemnestra, mi legítima esposa, porque no le es inferior ni en el talle, ni en el natural, ni en inteligencia, ni en destreza. Pero, aun así y todo, consiento en devolverla, si esto es lo mejor; quiero que el pueblo se salve, no que perezca.