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CANTO UNDÉCIMO

en tierra, eran ya más gratos á los buitres que á sus propias esposas.

163 Á Héctor, Júpiter le sustrajo de los tiros, el polvo, la matanza, la sangre y el tumulto; y el Atrida iba adelante, exhortando vehementemente á los dánaos. Los teucros corrían por la llanura, deseosos de refugiarse en la ciudad, y ya habían dejado á su espalda el sepulcro del antiguo Ilo Dardánida y el cabrahigo; y el Atrida les seguía el alcance, vociferando, con las invictas manos llenas de polvo y sangre. Los que primero llegaron á las puertas Esceas y á la encina, detuviéronse para aguardar á sus compañeros, los cuales huían por la llanura como vacas aterrorizadas por un león que, presentándose en la obscuridad de la noche, da cruel muerte á una de ellas, rompiendo su cerviz con los fuertes dientes y tragando su sangre y sus entrañas; del mismo modo el rey Agamenón Atrida perseguía á los teucros, matando al que se rezagaba, y ellos huían espantados. El Atrida, manejando la lanza con gran furia, hizo caer á muchos, ya de pechos, ya de espaldas, de sus respectivos carros. Mas cuando le faltaba poco para llegar al alto muro de la ciudad, el padre de los hombres y de los dioses bajó del cielo con el relámpago en la mano, se sentó en una de las cumbres, y llamó á Iris, la de doradas alas, para que le sirviese de mensajera:

186 «¡Anda, ve, rápida Iris! Dile á Héctor estas palabras: Mientras vea que Agamenón, pastor de hombres, se agita entre los combatientes delanteros y destroza filas de hombres, retírese y ordene al pueblo que combata con los enemigos en la sangrienta batalla. Mas así que aquél, herido de lanza ó de flecha, suba al carro, les daré fuerzas para matar enemigos hasta que llegue á las naves de muchos bancos, se ponga el sol y comience la sagrada noche.»

195 Dijo, y la veloz Iris, de pies ligeros como el viento, no dejó de obedecerle. Descendió de los montes ideos á la sagrada Ilión, y hallando al divino Héctor, hijo del belicoso Príamo, de pie en el sólido carro, se detuvo á su lado, y le habló de esta manera:

200 «¡Héctor, hijo de Príamo, que en prudencia igualas á Júpiter! El padre Jove me manda para que te diga lo siguiente: Mientras veas que Agamenón, pastor de hombres, se agita entre los combatientes delanteros y destroza sus filas, retírate de la lucha y ordena al pueblo que combata con los enemigos en la sangrienta batalla. Mas así que aquél, herido de lanza ó de flecha, suba al carro, te dará fuerzas para matar enemigos hasta que llegues á las naves de muchos bancos, se ponga el sol y comience la sagrada noche.»

210 Cuando Iris, la de los pies ligeros, hubo dicho esto, se fué. Héc-