Página:La Ilíada (Luis Segalá y Estalella).djvu/168

Esta página ha sido corregida
162
LA ILÍADA

esté cerca, porque le da un gran temblor, y atraviesa, azorada y sudorosa, selvas y espesos encinares, huyendo de la acometida de la terrible fiera; tampoco los teucros pudieron librar á aquéllos de la muerte, porque á su vez huían ante los argivos.

122 Alcanzó luego el rey Agamenón á Pisandro y al intrépido Hipóloco, hijos del aguerrido Antímaco (éste, ganado por el oro y los espléndidos regalos de Alejandro, se oponía á que Helena fuese devuelta al rubio Menelao): ambos iban en un carro, y desde su sitio procuraban guiar los veloces corceles, pues habían dejado caer las lustrosas riendas y estaban aturdidos. Cuando el Atrida arremetió contra ellos, cual si fuese un león, arrodilláronse en el carro y así le suplicaron:

131 «Haznos prisioneros, hijo de Atreo, y recibirás digno rescate. Muchas cosas de valor tiene en su casa Antímaco: bronce, oro, hierro labrado; con ellas nuestro padre te pagaría inmenso rescate, si supiera que estamos vivos en las naves aqueas.»

136 Con tan dulces palabras y llorando, hablaban al rey; pero fué amarga la respuesta que escucharon:

138 «Pues si sois hijos del aguerrido Antímaco, que aconsejaba en la junta de los troyanos matar á Menelao y no dejarle volver á los aqueos, cuando vino á título de embajador con el deiforme Ulises, ahora pagaréis la insolente injuria que nos infirió vuestro padre.»

143 Dijo, y derribó del carro á Pisandro: dióle una lanzada en el pecho y le tumbó de espaldas. De un salto apeóse Hipóloco, y ya en tierra, Agamenón le cercenó con la espada los brazos y la cabeza, que tiró, haciéndola rodar como un mortero, por entre las filas. El Atrida dejó á éstos, y seguido de otros aqueos, de hermosas grebas, fuése derecho al sitio donde más falanges, mezclándose en montón confuso, combatían. Los infantes mataban á los infantes, que se veían obligados á huir; los que combatían desde el carro hacían perecer con el bronce á los enemigos que así peleaban, y á todos los envolvía la polvareda que en la llanura levantaban con sus sonoras pisadas los caballos. Y el rey Agamenón iba siempre adelante, matando teucros y animando á los argivos. Como al estallar voraz incendio en un boscaje, el viento hace oscilar las llamas y lo propaga por todas partes, y los arbustos ceden á la violencia del fuego y caen con sus mismas raíces; de igual manera caían las cabezas de los teucros puestos en fuga por Agamenón Atrida, y muchos caballos de erguido cuello arrastraban con estrépito por el campo los carros vacíos y echaban de menos á los eximios conductores; pero éstos, tendidos