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LA ILÍADA

los inmortales dioses que de hombres mortales. Pero llevadme ya á las naves de ligero andar, ó dejadme aquí, atado con recios lazos, para que vayáis y comprobéis si os hablé como debía.»

446 Mirándole con torva faz, le replicó el fuerte Diomedes: «No esperes escapar de ésta, oh Dolón, aunque tus noticias son importantes, pues has caído en nuestras manos. Si te dejásemos libre ó consintiéramos en el rescate, vendrías de nuevo á las veleras naves á espiar ó á combatir contra nosotros; y si por mi mano pierdes la vida, no causarás más daño á los argivos.»

454 Dijo; y Dolón iba como suplicante, á tocarle la barba con su robusta mano, cuando Diomedes, de un tajo en el cuello, le rompió ambos tendones; y la cabeza cayó en el polvo, mientras el troyano hablaba todavía. Quitáronle el morrión de piel de comadreja, la piel de lobo, el flexible arco y la ingente lanza; y el divino Ulises, cogiéndolo todo con la mano, levantólo para ofrecerlo á Minerva, que preside á los saqueos, y oró diciendo:

462 «Huélgate de esta ofrenda, ¡oh diosa! Serás tú la primera á quien invocaremos entre las deidades del Olimpo. Y ahora guíanos hacia los corceles y las tiendas de los tracios.»

465 Dichas estas palabras, apartó de sí los despojos y los colgó de un tamarisco, cubriéndolos con cañas y frondosas ramas del árbol, que fueran una señal visible para que no les pasaran inadvertidos, al regresar durante la rápida y obscura noche. Luego, pasaron adelante por encima de las armas y de la negra sangre, y llegaron al escuadrón de los tracios que, rendidos de fatiga, dormían dispuestos en tres filas, con las armas en el suelo y un par de caballos junto á cada guerrero. Reso descansaba en el centro, y tenía los ligeros corceles atados con correas á un extremo del carro. Ulises vióle el primero y lo mostró á Diomedes:

477 «Ése es el hombre, Diomedes, y esos los corceles de que nos habló Dolón, á quien matamos. Ea, muestra tu impetuoso valor y no tengas ociosas las armas. Desata los caballos, ó bien mata hombres y yo me encargaré de aquéllos.»

482 Tal dijo, y Minerva, la de los brillantes ojos, infundió valor á Diomedes que comenzó á matar á diestro y á siniestro: sucedíanse los horribles gemidos de los que daban la vida á los golpes de la espada, y su sangre enrojecía la tierra. Como un mal intencionado león acomete al rebaño de cabras ó de ovejas, cuyo pastor está ausente; así el hijo de Tideo se abalanzaba á los tracios, hasta que mató á doce. Á cuantos aquél hería con la espada, Ulises, asiéndolos por el